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- Con una trayectoria docente de cinco décadas en la Facultad de Filosofía y Letras, la universitaria falleció a los 90 años
Fallecida a los 90 años (a muy pocas semanas de cumplir los 91), Eugenia Revueltas siempre dijo que si había algo parecido a la felicidad, ella lo encontró en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, en abril de 1969, cuando dio su primera clase.
“Recién terminaba la carrera y ya estaba sustituyendo a mi profesor, Sergio Fernández, quien me encargó su asignatura sobre el Siglo de Oro, antes de irse de sabático. Era mucha responsabilidad y sentí miedo, pero fui ahí, frente a ese grupo, donde encontré mi vocación”.
Desde entonces, la maestra Revueltas —en realidad era doctora, pero sus alumnos la llamaban así no para honrar un título, sino un oficio— nunca dejó de enseñar, y aunque en algún punto dejó de llevar la cuenta de los jóvenes que pasaron por sus aulas, solía decir que eran miles, que muchos ya eran abuelos y que incluso algunos cuantos, tatarabuelos.
“En mis cinco décadas de trayectoria docente el mundo ha cambiado mucho –decía–, tanto que incluso el sonido de los estudiantes al redactar sus tareas dejó de ser el mismo, pues del estridente martilleo de las máquinas de escribir dio paso al golpeteo sordo de los teclados de computadora. ¡Y yo que aprendí caligrafía con letra Palmer!”.
Al respecto, la maestra siempre se dijo consciente de que la evolución tecnológica avanza a pasos tan agigantados que toda la información que necesitamos hoy parece caber en un celular y que, por lo mismo, hay quienes creen que los maestros son prescindibles.
Revueltas era enfática al señalar que la mejor respuesta a tal cuestión la dio Umberto Eco en un ensayo de 2007, incluido en su libro De la estupidez a la locura y el cual leía con frecuencia, donde narra cómo un alumno le preguntaba a su profesor, con cierta impertinencia: perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?
“Lo que Eco contestó fue: estamos para provocar la reflexión, para mover al consenso o al disenso, para promover el diálogo y eso no ha cambiado desde tiempos de Sócrates. No importa cuánta tecnología tengamos, no podemos quedarnos con lo que aparece en una pantalla; siempre será importante pensar, discernir y dialogar”.
La maestra Revueltas fue una convencida de que, sin importar cuántas revoluciones tecnológicas se sucedan, los profesores siempre serán necesarios y, por lo mismo, jubilarse nunca entró en sus planes.
“Seguiré dando clases mientras esto me funcione”, aseveraba enfática mientras se tocaba las sienes, como queriendo señalar al mundo que habitaba en su cabeza.
“Dedicarse a esto conlleva vicisitudes, pero en el conteo global pesan más las cosas buenas. He sido feliz por cinco décadas y puedo decirlo sin dudas: enseñar ha sido uno de los placeres más grandes de mi vida”.
Sembrar vocaciones
Por ser hija de Silvestre Revueltas, cuando niña todos creían que Eugenia iba a dedicarse a la música como su padre, “pero la verdad es que como pianista era mala y como cantante, peor”. Por eso, al elegir carrera, se inscribió en la Facultad de Medicina, cuando pocas mujeres lo hacían.
“Un buen maestro es el que ve tu potencial, incluso si tú no lo intuyes”, recordaba la docente en una de sus últimas entrevistas, para luego agregar que el que hizo eso con ella fue el sorjuanista Sergio Fernández —“mi profesor”—, quien no sólo le recomendó estudiar Letras Hispánicas al verla salir de Medicina para asistir como oyente a la FFyL, sino quien al cederle una de sus materias para que ella la impartiera, le expandió horizontes.
“¿De no haberme dedicado a la enseñanza qué hubiera hecho?”, se preguntaba Eugenia Revueltas, y aunque imaginaba opciones, ninguna le llenaba. “Y es que la verdad, desde niña anhelaba ser maestra, jugaba a la escuelita y agitaba el índice como si diera clase”.
Ha sido toda una vida, y una muy interesante, debo confesar, compartió en aquella ocasión, para luego añadir: “Si pudiera regresar a 1969 y elegir otra vez entre la docencia o algo más, sin duda lo haría todo de nuevo”.