- Cifras preliminares estiman que en lo que va de 2024 se atendió a ocho mil 775 infantes por lesiones de este tipo
- No cuestionar y acompañar a quien haya experimentado dichas situaciones marca la diferencia en su recuperación
“Él siempre buscaba que nos quedáramos a solas y me decía: ‘acompáñame, te voy a enseñar algo’. Ahí comenzaba ‘el juego’, como lo llamaba”. Así es como Camila (nombre ficticio con el que se le llamará para proteger su identidad) recuerda cómo un cuñado de su mamá la violentó sexualmente desde los tres hasta los seis años. Hoy, a sus 30, decidió relatar este hecho que mantuvo en silencio durante mucho tiempo y que aún la afecta en algunos ámbitos de su vida.
“En materia jurídica, las violencias sexuales en agravio de las infancias son todo acto que afecte o dañe su desarrollo psicosexual en esa etapa vital, porque atentan contra el plan o proyecto natural, personal y progresivo de la sexualidad”, expone Rosalba Cruz Martínez, consejera jurídica de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM.
La Red por los Derechos de la Infancia en México señala que esta violencia se manifiesta de muchas formas, como abuso, hostigamiento, explotación, turismo sexual o difusión de videos íntimos, entre otras.
Camila refiere que las agresiones que sufrió comenzaron cuando su tío le pidió sexo oral. De primera instancia ella se negó, no obstante, él cometió violación y abuso contra ella durante alrededor de tres años.
“Es una situación que tengo bloqueada de mi mente, pero recuerdo que me sentía asustada y que me quedaba callada ante la confusión de no saber si lo que me estaba haciendo era algo bueno o malo, pues nadie me había hablado de esos temas”, relata con la voz entrecortada.
En algunos casos las infancias no cuentan con las herramientas para identificar y expresar si son víctimas de violencia sexual y, pese a que se sienten incómodas, no lo externan por miedo a los cambios o reacciones en su entorno, subraya Cruz Martínez.
Sin datos exactos en México
En México es complicado obtener datos exactos sobre cuántas niñas, niños y adolescentes son víctimas de este tipo de violencia y ello dificulta dimensionar la gravedad de la situación y sus consecuencias.
Sin embargo, cifras preliminares de 2024 (los datos definitivos estarán disponibles en 2025) de la Secretaría de Salud estiman que en lo que va del año se atendió a un total de ocho mil 775 infantes por lesiones de violencia sexual: 610 menores de cero a cinco años; mil 217 de entre seis y 11, y seis mil 948 adolescentes de 12 a 17 años. Del total de víctimas, 92.71 por ciento (ocho mil 136) fueron mujeres, 7.06 por ciento (620), hombres, y 0.21 por ciento (19) no se especificó.
La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del INEGI 2021 también refleja datos sobre esta situación y establece que alrededor de 12.4 millones de las mujeres de 15 años y más manifestó haber vivido algún tipo de violencia sexual en su infancia.
Pese a que las cifras apuntan a que las víctimas son en su mayoría mujeres, esto también afecta a los hombres, pero diferentes circunstancias –como la construcción de la masculinidad– impiden que lo expresen. Entonces, no es que no la vivan, sino que no lo manifiestan.
Cruz Martínez señala que hay diversos indicadores que presentan las infancias tras experimentar estas situaciones. Entre los más comunes se encuentran dolores abdominales sin causa física aparente, regresiones en el control de esfínteres, trastornos alimenticios, terrores nocturnos o que, sin razón aparente, rehúyan de lugares a los que iban de forma habitual con seguridad y gusto, como la escuela o la casa de familiares.
La abogada refiere que una de las razones por las cuales no hay cifras exactas es porque desde hace años existe la construcción histórica de que la violencia contra las infancias debe mantenerse en secreto.
“Ha sucedido que, al descubrirse que un infante es víctima de violencia sexual, se oculta tanto al menor como el hecho, pues quien comete esos actos suele ser un conocido o familiar, como un tío, hermano, abuelos e incluso padres consanguíneos”. Además, muchas mujeres denuncian hasta que son adultas, entre los 60 y 80 años, y otras nunca lo hacen.
Que haya pocos reportes se debe no sólo al miedo, machismo y factores de género, también influye que los adultos -responsables de las infancias- y los especialistas de disciplinas que tienen contacto con las niñeces no cuentan con herramientas adecuadas de detección.
¿Cómo afecta?
Cruz Martínez refiere que la violencia sexual afecta en todos los ámbitos de la vida de las infancias y en esto influye quién y cómo se cometió el acto, las repeticiones y la reacción del entorno tras saber de los casos.
Por ejemplo, explica que, en ocasiones, cuando las infancias expresan que fueron víctimas, se cuestiona la veracidad de lo que dicen o se les llama la atención por no haberlo comunicado anteriormente.
La especialista señala que esta violencia les causa modificaciones en el aspecto corporal, cognitivo y hormonal, y ello se relaciona con la posibilidad de tener una vida saludable. “Algunos estudios sugieren que puede haber afectaciones neurológicas que se reflejan cuando inician relaciones afectivas o su vida sexual, ya que comienzan a tener regresiones de las emociones que sintieron en ese momento”.
A esto se añade que, durante la adolescencia, las víctimas puedan iniciar conductas riesgosas por enojo, como consumo de alcohol o estupefacientes, tener sexo sin protección, presentar trastornos alimenticios, autolesionarse, expresar pensamientos suicidas por el daño psicoemocional o repeler el contacto físico, aunque se trate de personas muy queridas. Incluso algunas mujeres, en su etapa de madres, proyectan temores desencadenados del hecho.
Camila asegura que el mayor estrago que le provocó la violencia sexual es su ingesta excesiva de alcohol. “Al inicio lo veía como una diversión, pero con el pasar del tiempo y la terapia psicológica me di cuenta de que se convirtió en un problema, pues ya no controlo la cantidad que bebo. A veces no recuerdo ni cómo llegué a casa. Esto también ha afectado a mi familia, que me cuestiona por qué lo hago, pero siento que es una forma inconsciente de ocultar este hecho que me lastima”.
En terapia también identificó cómo repercutió en su vida sexual: no sentía confianza de desenvolverse ni de experimentar cosas nuevas con su pareja. También rechazaba el afecto de cualquiera. “Si alguien quería mostrarme cariño, como un abrazo, lo evitaba”, indica.
Camila menciona que no ha denunciado a su tío porque en una ocasión le comentó que si algún día su esposa actuaba en su contra “le daría donde más le duele, en su familia”, y añade que hubo un tiempo en el que él poseía armas y teme que sea capaz de hacerles daño.
¿Qué se debe hacer?
Cruz Martínez enfatiza que cuando las infancias expresan haber sufrido violencia sexual lo primordial es creerles, resguardarlas de los lugares donde se sientan en riesgo y que reciban atención psicológica y médica. “Es fundamental que el entorno no cuestione, eso hará la diferencia para que la persona que ya vivió esa situación pueda resolverlo”.
A fines de 2023, Camila le externó a su mamá y a su hermana la violencia sexual cometida por su tío. “Estaba alcoholizada, ya no podía guardarlo, entré en una crisis de desesperación, ‘exploté’ y les conté todo”. Relata que ambas se sorprendieron, se veía el dolor en sus rostros y no supieron qué decirle, se gestó un silencio incómodo. No obstante, con el paso de unos días, su madre le hizo saber que contaba con su apoyo.
Camila confiesa que durante mucho tiempo ocultó este hecho por miedo a que la culparan, a que la revictimizaran o a que cambiaran la forma en que la trataban. Sin embargo, decirles y recibir solidaridad le dio fuerza y valor. “Nunca se dieron cuenta de lo que viví porque lo disimulé. Creía que era algo normal, una etapa que algún día debía terminar”
No obstante, menciona que hoy que es adulta se siente con la fortaleza para enfrentar a su abusador y reconoce la importancia de denunciarlo, ya que desconoce si hay más víctimas de él y considera que, así como su tío, los agresores pueden tener hijos que también estarían en peligro.
Por su parte, Rosalba Cruz remarca que “es importante plantear el tema como una problemática de salud pública. Ello implicaría una política de gobierno de los tres órdenes en donde se trabaje con la prevención, detección y atención especializada y multidisciplinaria con el objetivo de erradicar tan grave flagelo y así evitar más afectaciones”.
Señala que es esencial tener en cuenta que las personas adultas son responsables de las infancias, por lo que en el entorno familiar y comunitario deben llevarse a cabo acciones para prevenir esta violencia.
“La educación sexual integral es necesaria y va desde lo más básico, que es enseñarles las partes de su cuerpo con naturalidad, hasta trabajar en la autonomía para que, desde una edad temprana, se bañen solos o solas. También es preciso hablar de la privacidad, el cuidado y respeto del cuerpo propio y ajeno, y de la violencia sexual de acuerdo a su edad, siempre reafirmando la credibilidad y la protección”. Cruz Martínez concluye recordando que no cuestionar y acompañar a quien ha sufrido violencia sexual marca la diferencia en su recuperación.