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Volvió el victimario de los 2000

Con un título elocuente, “Volvió el victimario de los 2000”, Gilemy Montiel nos presenta en la revista GOOOYA un relato conmovedor que evoca una realidad amarga para muchos: la presión social por cumplir cánones de belleza estereotipados. La autora nos encamina por una narración personal que toca el corazón y conciencia de quien lee, y se descubre una crítica al sistema que impone estándares a menudo inalcanzables y perjudiciales.

El artículo comienza presentándonos una vívida metáfora de la nostalgia y el dolor que puede causar el pasado, enfocándose en las cicatrices dejadas por la adolescencia. Montiel pone énfasis en el tormento de revivir el temor ante un perpetrador, en este caso, un acosador simbólico de la juventud: la imposición social de un ideal estético. Se remarca la importancia de abordar este tema a través de la preocupación de la autora por su propia hija, que se encuentra en la misma edad donde su tormento comenzó.

Este ensayo se aventura en el relato íntimo de una lucha personal contra los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA). Montiel emplea una metáfora fuerte, donde la pubertad y la presión social aparecen como un visitante inoportuno que cambia su nombre a “Mía”, siendo ésta una referencia a la bulimia. Esta personificación de la enfermedad facilita la comprensión de la intensidad del daño psicológico causado por la misma.

Montiel argumenta que estos trastornos se deben en gran medida a las expectativas estéticas impuestas en nuestra sociedad, y recuerda los años 2000, época donde predominaban ciertos estereotipos de belleza. Se refiere a la influencia de celebridades como las gemelas Olsen, Paris Hilton, Lindsay Lohan y Anahí, quienes se convirtieron en figuras públicas y, a su vez, en referentes de lo que se entendía por belleza.

En una de las reflexiones más contundentes, Montiel señala cómo los Trastornos de Conducta Alimentaria no discriminan por edad, sexo, género o preferencia sexual, sin embargo, destaca que la exigencia sobre la mujer para cumplir con estos cánones de belleza es mayor. Apoya su argumentación con datos de la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB) donde las mujeres representan el 90% de los casos.

Montiel concluye el artículo con una denuncia al sistema, señalándolo como el origen de este agresor que decide sobre el cuerpo de las mujeres y genera estas conductas alimentarias perjudiciales. A pesar de los avances sociales y la discusión abierta sobre temas como la gordofobia, el racismo y el clasismo, señala la reaparición de estos cánones estéticos que, como el ave fénix, resurgen con más fuerza, poniendo en peligro a las nuevas generaciones.

El texto nos invita a reflexionar sobre la importancia de desafiar y cambiar los estándares de belleza impuestos, evitando la propagación de un canon que puede cobrar vidas y marcar existencias. Enfatiza el papel de los medios de comunicación, la moda y las figuras públicas en la perpetuación de estos estándares nocivos y en el resurgimiento del mismo agresor que amenazó su vida y la de tantas otras personas.

La autora insta a la conciencia y al cuestionamiento de estas normas estéticas. Esta llamada a la reflexión adquiere mayor relevancia al recordar las potenciales consecuencias negativas para las nuevas generaciones, quienes están expuestas a la misma presión que sufrió ella y tantos otros en su momento.

Montiel logra a través de su relato personal y metáforas potentes, dar voz a una problemática a menudo minimizada o ignorada. Su artículo sirve como un testimonio del daño que pueden causar los cánones estéticos impuestos por la sociedad, y cómo estos pueden desembocar en trastornos alimentarios con graves repercusiones para la salud física y mental de las personas.

Ideas destacadas

  1. La nostalgia y el dolor pueden coexistir en las experiencias personales de cada individuo, donde recordar el pasado puede significar acariciar cicatrices emocionales que todavía están abiertas.
  2. Los estándares de belleza impuestos socialmente pueden ser un factor perpetuador de miedo y angustia, especialmente cuando estos son asociados con experiencias traumáticas personales, como el acoso.
  3. La influencia de los medios de comunicación, la familia y los compañeros puede ser determinante en la formación de la imagen personal y la autoaceptación durante la pubertad.
  4. Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) como la anorexia y la bulimia se han normalizado y personificado en nuestra sociedad a través de nombres como “Ana” y “Mía”, lo cual puede facilitar su propagación y aceptación entre grupos de jóvenes.
  5. La presión social por encajar y ser aceptado puede dificultar el proceso de buscar ayuda y liberarse de los TCA.
  6. La moda y las tendencias estéticas de épocas anteriores, como la del año 2000, pueden tener un impacto en la prevalencia de los TCA, especialmente si estas tendencias son revividas y promovidas por figuras públicas influyentes.
  7. Los TCA no discriminan por edad, sexo, género o preferencia sexual, pero las mujeres son más propensas a sufrir de estos debido a la presión sistemática por cumplir con los cánones de belleza.
  8. Los TCA son solo una de las consecuencias de vivir en un sistema que difunde prototipos de belleza arbitrarios e inalcanzables, promoviendo la gordofobia, el racismo y el clasismo.
  9. La moda es cíclica, lo que implica que las tendencias estéticas dañinas pueden regresar y reforzar la prevalencia de los TCA.
  10. El temor ante el resurgimiento de estos estándares de belleza dañinos no es solo por las propias experiencias, sino también por las futuras generaciones que están comenzando a ser llamadas “Ana” o “Mía”.