Pensar que una preferencia sexual distinta a los estereotipos es un trastorno o enfermedad lleva a los afectados a perder su capacidad de ejercer su ciudadanía y derechos humanos, apunta Siobhan Guerrero Mc Manus, especialista del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH).
Este tipo de consideraciones genera cadenas de violencia desde el seno familiar donde se interpreta como una enfermedad cualquier preferencia sexual distinta a los estereotipos convencionales.
La investigadora señala: “Los derechos humanos no son sólo cosas codificadas en leyes, sino que se busca se traduzcan en capacidades que pueden ser ejercidas por las personas y conducen al desarrollo, entendiendo por este la capacidad de llevar al humano a tener vidas dignas de ser vividas”.
Las cadenas de violencias, dice, empiezan en el hogar, donde suelen estar presentes estereotipos sobre la conducta que debe tener un hombre o una mujer y se intensifican cuando una persona “sale del clóset”.
Al participar en la charla Derechos Humanos, Igualdad y Violencia de Género desde la Diversidad, Guerrero Mc Manus precisa que las violencias empiezan desde que se está ante un cuerpo que no encaja con los estereotipos de género. Es decir, un niño o una niña no necesitan pronunciarse públicamente como lesbianas, trans o bisexuales, sólo basta que sean leídos como tal para que empiecen las violencias y las intervenciones.
En la actualidad, las familias llevan a niños a terapia si a los 5 años no se ajustan a los estereotipos de género, lo que no sólo se remite a juguetes o el uso de pronombres. “A veces los médicos les dan intervenciones que se pueden calificar como terapias reparativas. Las infancias y adolescencias LGBTIQ de nuestro país ya están siendo medicadas e intervenidas desde perspectivas patologizantes, que son consideradas tortura, que buscan suprimir la orientación sexual o identidad de género o, en el caso de las personas intersex, modificar sus morfologías corporales”.
Paradójicamente, para muchos, acompañar a las infancias trans implica sacarlas del ámbito familiar e insertarlos a “terapias reparativas” que no sirven, generan problemas de salud mental y, de hecho, sí medicalizan y, en muchos casos, hormonizan, suponiendo que eso puede cambiar las orientaciones sexuales o las identidades de género, cosa que no pasa.
Espacios seguros
Hay que acompañar a los menores de una manera afectiva y centrada en sus derechos humanos, trasladarlos a espacios seguros, donde pueden explorar sus identidades sin miedo, precisamente, a una intervención que tiene la presunción de ser correctiva, que lastima y lesiona, reflexiona al participar en el Seminario Permanente Política Pública de Género: Igualdad y Violencia.
Guerrero Mc Manus recuerda que la mayoría de quienes sufren estas cadenas de violencia terminan expulsados de sus hogares, en situaciones de calle, lo que se traduce en una depauperización en todos los aspectos de su vida. Inclusive si no ocurre esto, hay un índice de deserción escolar mucho más elevado que impide acceder a trabajos con prestaciones sociales.
Esto lleva a que personas LGBTIQ no sean contratadas, en empresas privadas o por parte del Estado, por ser consideradas escandalosas, enfermas, no deseables, es decir, todos los estigmas, y donde se les contrata son objeto de burlas, escarnios, humillaciones, lo que lleva a que la gente renuncie o tenga conflictos y sea despedida.
Según la investigadora, 52 por ciento de los crímenes de odio a las personas LGBTIQ en México fueron en 2020 contra mujeres trans jóvenes (20 o 30) años y contra jóvenes homosexuales varones afeminados; después siguieron las poblaciones lésbicas, bisexuales y trans.
Esta comunidad enfrenta y debe superar cadenas de violencia que suelen colocar a estas personas en una condición de marginalidad y subempleo, donde las posibilidades de sufrir un crimen de odio son altísimas.
Finalmente, la investigadora celebra que en México se impulse actualmente una nueva política de acompañamiento a las infancias LGBTIQ, alejada la idea de patologizar por parte de psiquiatras o psicólogos y se aboga por el reconocimiento de identidades sociales.