Responder a la aparentemente sencilla pregunta del título encierra una fascinante complejidad que va más allá de entender cómo nervios, músculos y huesos nos permiten desplazarnos. El verdadero misterio reside en descubrir qué nos impulsa a actuar con un propósito determinado. Precisamente esa es la misión de la neurobiología de la conducta motivada: revelar los mecanismos cerebrales que subyacen a nuestros actos intencionales. A diferencia de los movimientos reflejos, la conducta motivada es un proceso dinámico y complejo en el que interactúan factores biológicos como los neurotransmisores, psicológicos como las emociones y ambientales como el contexto social. No es casualidad que la palabra motivación, del latín motivus (que causa movimiento), capture esta esencia fundamental. Hoy sabemos que su significado trasciende el mero movimiento físico y comprende un sofisticado sistema neurobiológico de toma de decisiones.

En este sistema el cerebro cumple al menos tres funciones cruciales: evalúa posibles objetivos, anticipa las potenciales recompensas y moviliza los recursos necesarios para actuar. Este mecanismo no es exclusivo de los seres humanos. Desde el pequeño insecto en busca de alimento, hasta el alpinista que asciende a una nueva cima, todos los seres vivos actúan impulsados por la necesidad de resolver demandas específicas, ya sean fisiológicas, como calmar el hambre, o complejas, como alcanzar logros personales. La pregunta fundamental que aborda esta disciplina es cómo los organismos transforman “motivos” en acciones concretas. Para responder, la ciencia investiga cómo el cerebro detecta e integra información del entorno, monitorea constantemente los estados internos del cuerpo —como el surgimiento de necesidades biológicas— y finalmente genera los comandos motores adecuados ante esas condiciones.
Este exquisito proceso neurobiológico explica por qué perseguimos desde las necesidades más básicas hasta las ambiciones más intrincadas, revelando la compleja interacción entre mente, cuerpo y ambiente que fundamenta todo nuestro comportamiento. La conducta de alimentación constituye un modelo ideal para explorar los principios neurobiológicos de la motivación, pues integra de manera natural necesidades fisiológicas, procesos cognitivos y mecanismos neuronales. Este comportamiento primordial revela con claridad cómo el cerebro convierte demandas internas en acciones coordinadas y específicas. Tomemos dos ejemplos: el forrajeo y la cacería.
En el primero, durante la búsqueda de alimento, los animales desarrollan estrategias conductuales flexibles que les permiten navegar en su entorno, establecer rutas eficientes hacia las fuentes de alimento y estimar el valor nutritivo de la comida encontrada. Además, mantienen esta información en la memoria y son capaces de reconfigurar sus patrones de búsqueda cuando el alimento se agota o cambia de ubicación o cuando encuentran una mejor opción. Este proceso implica una sofisticada integración de señales externas, como la ubicación espacial, e internas, como el estado metabólico del organismo. La conducta de cacería, además de contar con los elementos antes descritos, ejemplifica la precisión de los sistemas sensoriomotores.
Para conseguir alimento, el animal debe procesar en tiempo real información sobre la posición, velocidad y trayectoria de la presa, ajustando continuamente sus movimientos. En el sistema nervioso central estas conductas comparten una red neuronal básica de motivación donde interactúan tres sistemas principales: a) los componentes homeostáticos como el hipotálamo y el tallo cerebral que detectan las necesidades fisiológicas; b) los circuitos ejecutivos y sensoriomotores que involucran la corteza prefrontal para la planificación, así como áreas motoras y sensoriales (junto con los ganglios basales) para el monitoreo y ejecución precisa de acciones, y c) las vías dopaminérgicas (de transmisión de dopamina) que evalúan recompensas y facilitan la asociación entre acciones y sus consecuencias. Esta organización jerárquica, orientada fundamentalmente a satisfacer las demandas fisiológico-energéticas del organismo, permite transformarlas en respuestas conductuales adaptativas. Durante los últimos diez años hemos presenciado una revolución tecnológica en neurociencia. El desarrollo de nuevas herramientas moleculares y sistemas de monitoreo nos permite conocer con precisión las propiedades y elementos de los circuitos neurales. Hoy podemos distinguir los perfiles genéticos específicos de poblaciones neuronales, entender su sensibilidad a señales químicas y no sólo observar sino también manipular sus patrones de activación. Lo anterior permite hacer un mapa de sus conexiones y relaciones funciona – ENCUADRE les, tanto de adentro como entre los circuitos en donde operan. Más allá del cerebro, estas tecnologías ahora nos permiten identificar las complejas vías de comunicación bidireccional entre el sistema nervioso central y el resto del cuerpo. Las innovaciones tecnológicas están transformando radicalmente nuestra comprensión acerca de cómo emerge la conducta: desde las interacciones moleculares y celulares hasta la integración en sistemas orgánicos completos.

INVESTIGACIÓN DE LA CONDUCTA MOTIVADA EN LA UNAM
Actualmente la UNAM alberga diversos grupos de investigación que abordan la pregunta central sobre la conducta motivada empleando estas metodologías de vanguardia. Entre ellos, se encuentra nuestro laboratorio, el A11 del Instituto de Neurobiología, que desarrolla dos líneas de investigación complementarias centradas en los circuitos neurales de la motivación. La primera línea estudia la lógica de circuitos de la recompensa alimentaria analizando cómo el cerebro codifica e integra el estado interno del organismo, el valor nutricional de los alimentos y la comunicación bidireccional entre el tracto digestivo y el sistema nervioso central en la regulación de la conducta alimentaria.
La segunda línea examina los circuitos neurona – les que controlan la selección y ejecución de movimientos enfocándose en cómo se generan y adaptan las conductas: mediante ensayo-error, los ratones descubren progresivamente secuencias de acciones para obtener recompensas (agua/comida). Ambos enfoques convergen en el estudio de la interacción entre el sistema dopaminérgico y los ganglios basales. Estos últimos —compuestos por el estriado, globo pálido, substantia nigra y núcleo subtalámico— constituyen un sistema clave, en el que el estriado actúa como puerta de entrada, integrando señales sensoriales, motoras y cognitivas para la selección de acciones. Su actividad es modulada por neuronas dopaminérgicas, cruciales.
ENCUADRE en procesos de aprendizaje y en la evaluación del valor de las acciones.
Aunque nuestra investigación es primordial – mente ciencia básica, posee una clara relevancia para muchas áreas. Las disfunciones en estos circuitos se asocian con diversas patologías: trastornos del movimiento como las enfermedades de Parkinson y de Huntington, trastornos conductuales como el trastorno obsesivo-compulsivo y trastornos metabólicos como la obesidad. Estos circuitos también están implicados en las adicciones, donde conductas compulsivas persisten pese a consecuencias adversas. Comprender estos mecanismos no sólo amplía el conocimiento neurocientífico fundamental sino que también sienta las bases para el desarrollo de estrategias terapéuticas dirigidas a estas condiciones.
El doctor Luis A. Tellez es investigador titular del Laboratorio A11 de Neurobiología de la Conducta Motivada, en el Departamento de Neurobiología Conductual y Cognitiva de la UNAM en Juriquilla, Querétaro. Entre sus líneas de investigación están: descifrando la lógica de la recompensa alimentaria: una aproximación neurobiológica; y circuitos para el control del movimiento y la selección de acciones.
