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Muerte del Papa Francisco: ¿cómo se elegirá a su sucesor?

La muerte del Papa Francisco marca una transición de consecuencias profundas tanto para la Iglesia católica como para el escenario político y social internacional. Su partida no implica únicamente el fin de un pontificado, sino el cierre de una etapa de liderazgo que, aunque buscó promover valores de inclusión, dignidad humana y justicia social, también enfrentó resistencias internas, tensiones políticas y desafíos no resueltos en un contexto global crecientemente fragmentado.

La sede vacante que se abre en Roma pone en marcha un proceso de significados múltiples: religioso, histórico, cultural y diplomático. Para comprender su alcance, es necesario analizar no solo la figura de Francisco, sino también el complejo entramado que ahora debe reorganizarse en torno a la elección de su sucesor.

Un pontificado de transición histórica

Para el doctor Jorge Eugenio Traslosheros Hernández, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM y especialista en historia eclesiástica, la muerte del Papa Francisco debe interpretarse como un momento de profunda revisión. “La sede vacante es mucho más que un vacío administrativo: es un llamado a la conciencia sobre el papel que la Iglesia, como institución global, debe asumir frente a los desafíos contemporáneos”, explica.

El pontificado de Francisco —nacido Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires— no puede entenderse como un fenómeno aislado. Formó parte de una transformación que se aceleró tras el Concilio Vaticano II y que ha implicado una paulatina apertura de la Iglesia a una perspectiva más plural, menos centrada en Europa y más atenta a las realidades de América Latina, África y Asia. Esta “Iglesia en salida”, como Francisco la denominó, se implicó activamente en problemas sociales como las migraciones, la pobreza estructural y los derechos humanos.

Su liderazgo, ejercido desde el llamado poder suave, se manifestó en gestos significativos: su condena a la guerra en Ucrania para evitar una escalada religiosa; su apoyo a las pequeñas comunidades cristianas perseguidas en Medio Oriente; y su respaldo a las luchas de los sectores más vulnerables en América Latina, como las madres buscadoras de desaparecidos en México.

¿Cómo se elige a un nuevo Papa?

Tras la muerte de un pontífice, la normativa eclesiástica establece un proceso conocido como sede vacante. Durante este período, todas las funciones de gobierno ordinario de la Iglesia quedan suspendidas, a excepción de aquellas estrictamente necesarias para su administración cotidiana.

El proceso de elección comienza formalmente con la convocatoria del cónclave: una asamblea cerrada y estrictamente regulada en la que participan exclusivamente los cardenales menores de 80 años. Actualmente, son 135 los electores habilitados.

Los cardenales se reúnen en la Capilla Sixtina, bajo juramento de secreto, sin contacto con el exterior, en un aislamiento riguroso destinado a garantizar la libertad del proceso. Las votaciones —hasta cuatro por día— se realizan mediante papeletas depositadas en una urna especial. Tras cada ronda de votación, las papeletas son quemadas junto con productos químicos que producen humo: el humo negro indica que aún no hay elección; el humo blanco, que se ha alcanzado la mayoría de dos tercios requerida para elegir al nuevo Papa.

Una vez electo, el nuevo pontífice es consultado sobre su aceptación del cargo y el nombre que desea adoptar. Tras una breve ceremonia de oración, se anuncia su elección al mundo con la tradicional fórmula “Habemus Papam”, seguida por su primera bendición Urbi et Orbi desde el balcón de la Basílica de San Pedro.

Factores que influyen en la elección

Aunque los medios suelen categorizar a los papas como “progresistas” o “conservadores”, el doctor Traslosheros advierte que tales etiquetas simplifican en exceso la complejidad del proceso. “La Iglesia no elige un líder político; elige un pastor que debe ser signo de unidad y esperanza”, subraya.

Aunque en la cobertura mediática suele hablarse de «favoritos» o «candidatos», el doctor Traslosheros advierte que el cónclave no funciona como una elección política ni parte de listas cerradas. «Los cardenales no eligen en función de afinidades ideológicas; realizan un diagnóstico profundo de la situación de la Iglesia y del mundo, y a partir de ello buscan al perfil que pueda responder a los desafíos del momento», explica. La lógica de la elección, sostiene, se rige por criterios espirituales y pastorales, no partidistas.

La diversidad del actual Colegio Cardenalicio, donde confluyen cardenales de América Latina, África, Asia y Oceanía, refleja una Iglesia menos eurocéntrica y más verdaderamente universal. Este pluralismo implica que las deliberaciones previas al cónclave —conversaciones formales e informales que duran varios días— sean cruciales para construir un diagnóstico común sobre el estado de la Iglesia y el perfil necesario en su nuevo líder.

Las cuestiones que probablemente marcarán las discusiones incluyen los desafíos éticos derivados de las nuevas tecnologías, la crisis ambiental, los conflictos armados, el avance de las desigualdades sociales y el papel de las religiones en la promoción de la paz.

Más allá de las afinidades personales, lo que estará en juego es el tipo de liderazgo que la Iglesia necesita para mantener su relevancia en un mundo que enfrenta transformaciones vertiginosas y crisis de legitimidad política.

Un mensaje más allá de lo religioso

Cada elección papal no solo impacta a los católicos, sino que envía un mensaje al conjunto de la sociedad internacional. En un tiempo caracterizado por liderazgos efímeros y procesos de polarización social, el cónclave recuerda la importancia de tomarse en serio la elección de quienes ejercen autoridad moral y política.

“La elección de un nuevo Papa pone sobre la mesa el valor de la trascendencia, de la búsqueda de sentido, de la apuesta por una visión del ser humano que no se reduzca a la lógica del consumo o el conflicto”, apunta Traslosheros.

En esta perspectiva, el humo blanco que surja de la Capilla Sixtina no será únicamente el anuncio de un nuevo pontífice: será también una llamada a la humanidad a reencontrarse con preguntas fundamentales sobre su destino, su dignidad y su responsabilidad histórica.