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Mentiras: por qué mentimos y cómo impactan nuestras relaciones

Todos mentimos. En ocasiones, sin querer, pero otras veces otras con toda intención. Desde la clásica “voy en camino” hasta las más complejas ficciones que sostienen relaciones, empleos o incluso gobiernos.

La mentira es tan humana como el lenguaje, y aunque solemos condenarla, también la necesitamos. Pero ¿por qué mentimos? ¿Qué tan lejos estamos de dejar de hacerlo?

La mentira es un recurso que surgió en la naturaleza mucho antes que la humanidad. Por ejemplo, para sobrevivir algunos animales utilizan el camuflaje como una forma de engañar a sus depredadores.

Sin embargo, con la evolución y desarrollo del cerebro humano, mentir se convirtió en una herramienta con la que se nace, explicó en entrevista para UNAM Global Dolores Mercado Corona, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM.

Con los humanos, la mentira ya no es sólo para defenderse, sino para sacar ventaja de los demás o incluso lograr objetivos personales, añadió la académica. “La mentira es cualquier cosa que hagamos para que otras personas consideren como verdad”, explicó.

Tipos de mentira

De acuerdo con la investigadora universitaria, hay varios tipos de mentira:

  • Defensivas: Cuando se utiliza cómo una defensa. Por ejemplo, los animales utilizan el camuflaje para sobrevivir. En nuestro caso, la usamos para que no nos ocurra algo malo.
  • Agresivas: Es cuando una persona miente para sacar provecho de los demás.
  • Blancas: Busca evitar un daño emocional al otro. “Por ejemplo, cuando una persona está muy enferma y no se le dice la verdad sobre su condición”. Decir lo que se piensa sobre una persona porque puede dañar su autoestima. “No voy a ganar nada si le digo que no me gusta cómo viene vestida o vestido, entonces ¿para qué le digo?”
  • Automentiras: Son las que nos decimos a nosotros mismos para proteger nuestra imagen o autoestima. Pueden ser inofensivas y no dañar a nadie.
  • Malintencionadas: Hay numerosas razones para este tipo de mentiras, por ejemplo, obtener beneficios económicos; otro caso son los gobiernos que mienten para tener el favor del pueblo; en la guerra, los estrategas son capaces de engañar al enemigo, en este caso las mentiras son terribles porque cuestan vidas.

Todas las mentiras tienen un común denominador: favorecer las motivaciones personales con el fin de obtener beneficios.

Nacemos para mentir

La mentira es parte del bagaje biológico. “Todos nacemos siendo mentirosos”, dijo la investigadora. “En lugar de ser Homo Sapiens, deberíamos llamarnos Homo mentiroso”. En los hechos, todo mundo las usa alguna vez, lo reconozcan o no.

Los niños comienzan a mentir entre los tres y cuatro años. Un ejemplo clásico: niegan haber roto algo, aunque estén rodeados de evidencias. A esta edad, ya han aprendido que mentir puede evitarles un regaño.

Aunque los padres suelen enseñar que “no se debe mentir”, también lo hacen frente a sus hijos. Esto genera un mensaje contradictorio, y los niños aprenden que las mentiras, al final, pueden ser útiles.

La información que reciben es contradictoria, y para todos es muy claro que cuando se dice una mentira se obtiene un beneficio.

Además, mentir no se limita al lenguaje: también se puede mentir con el cuerpo o con acciones. Los buenos mentirosos aprenden a identificar las señales de engaño en otros, porque dominan muy bien sus propias estrategias. “Somos tan hábiles para mentir como para detectar una mentira”, explicó.

“A veces sabemos que nos están mintiendo, pero dejamos que la persona piense que le creemos. ¿Para qué confrontarla si no va a cambiar nada? Esa es una forma de manejo social de la información”. En la vida cotidiana, las mentiras tejen gran parte de nuestras interacciones.

¿Mentir a quienes más queremos?

En las relaciones cercanas, como con la pareja o la familia, la mentira tiene un peso distinto. “Es más inadecuada mientras más íntima es la relación”, afirmó Mercado Corona. “Mentirle a un esposo, a los padres o a los hijos puede romper la confianza de forma profunda. “Después de una mentira, cualquier cosa que diga la persona ya no se siente del todo cierta”.

En algunos estudios se encontró que 92 por ciento de los encuestados aceptó haber mentido, y se ha planteado que el ocho restante también mintió. “No podemos encontrar una persona que nunca haya dicho una mentira”.

La contradicción está en que, aunque mentimos, no nos gusta que nos mientan. “Es un doble juego, incluso una doble moral”, señaló la investigadora.

A veces uno miente porque no quiere expresar cómo se siente o porque a la otra persona no le importa la información, por eso uno contesta cualquier cosa.

¿En qué casos se debería mentir y en qué casos no?

En un principio se debe tratar de no engañar a los demás, sin embargo, en tanto que pudiéramos dañar al otro, podría ser justificable no decir la verdad o esconderla.

Por ejemplo, cuando una mujer acude al médico y se descubre una enfermedad de transmisión sexual, para proteger la relación de pareja no se le informa al esposo el origen de la enfermedad. Inclusive ya se maneja que no se pueden comunicar a otra persona los resultados de los exámenes de un paciente.

En el caso de las enfermedades terminales, hay una gran discusión de si se le debe informar al paciente lo que le pasa o no. En Estados Unidos, la posición es siempre decirle a la persona qué le pasa para que deje todos sus asuntos arreglados.

En Europa no se tiene esta posición, sino que se plantea decirle al paciente lo que quiera saber. Es más fácil que se recuperen si no están muy angustiados. “Esa sería una buena razón para mentir”.

Es cuestión de respetar los posibles derechos y bienestar del otro. “Tampoco se tiene la obligación de ir por la vida diciéndole a todo el mundo las verdades si no me han preguntado”.

En la interacción y en los hechos que son de gran relevancia, es importante decir o no decir la verdad.