El discurso de Donald Trump no es lo que realmente está ajusticiando a las minorías o grupos diferenciados en los Estados Unidos, sino que, son sus acciones o la carencia de ejecutarlas lo que da pie a cierto grado de permisión para una purga social. Por ejemplo, la falta de una condena más asertiva por parte de este mandatario hacia los mítines de “Unite the Right” durante los ataques a los contra-manifestantes en Charlottesville; y por otro lado, su mano dura con las protestas antirracistas, especialmente, contra el movimiento Antifa (antifascistas), el cual se ha anunciado recientemente que será incluido en la lista de organizaciones terroristas del gobierno, todo esto a raíz de las manifestaciones civiles y ataques contra los agentes policiales. Lo anterior, en el marco de un contexto violento tras el asesinato del afroamericano George Floyd a manos del oficial Derek Chauvin, un hecho ocurrido en el mes de mayo del 2020.
En definitiva, el posicionamiento de Trump suscita, por lo general, una imagen ambigua, sesgada o desbalanceada con respecto a la posición del gobierno federal de los Estados Unidos ante el descontrol de las manifestaciones civiles.
Como ha quedado claro, varios grupos han estado inmersos en disturbios y la represión se ha canalizado de manera distinta, claramente, dependiendo de los intereses a favor de la imagen presidencial, siendo los menos afectados aquellos grupos radicales con pretensiones racistas y nacionalistas como: Unite the Right, Alt-right o Ku Klux Klan.
De hecho, Trump acusa de terrorista al movimiento Antifa, pero no denomina con esta misma etiqueta a los grupos quienes favorecieron con votos su candidatura, o sea, al Ku Klux Klan (y a su exlíder David Duke) o la derecha alternativa (en inglés, Alt-right). En definitiva, sus palabras son un reflejo comunicativo de sus gestiones concretadas o de su ambigüedad discursiva para no perder partidarios.
No es el discurso cargado de xenofobia lo que más mueve a las personas de manera hostil. En realidad, son las gestiones prácticas de los gobernantes lo que genera bandos radicalmente opuestos, más cuando se empiezan a separar infantes de sus familias en la frontera o aprobar la construcción de un muro para separar países. Así, es evidente que su estrategia política de imagen tiene un alto contenido racializado, pero dicha representación es realmente fortalecida por la ejecución de compromisos dirigidos de manera complaciente a los grupos que lo votaron, entre ellos, los blancos evangélicos, gran parte del sector perteneciente al Ku Klux Klan y otros movimientos de ultraderecha con orientación nacionalista.
Empero, no estamos al frente de un líder o gobierno abiertamente racista, xenófobo, misógino, homofóbico o lo que sea, y es ahí mismo en donde recae su mejor estratégica política, específicamente, a todo lo referido sobre la supuesta “incomprensión” de la figura de Trump que alega los defensores del presidente por parte de los manifestantes u opositores.
En contraparte a lo mencionado, el fascismo es una ideología totalitaria, abiertamente racista desde su sistema jurídico, entre otras diferencias históricas. Aunque bien, el gobierno federal tiene rasgos fuertemente represivos dignos de un aparato coercitivo perteneciente a una potencia mundial como los Estados Unidos. A lo mucho, se le podría considerar a Trump como un proto-fascista, alguien que ha logrado un aspecto compartido con el fascismo tradicional cuando le habla directamente a la gente que tiene rabia y ellos ven una cuota de “verdad” en ese discurso. Esto es indiferentemente de la ambigüedad del posicionamiento presidencial, puesto que sus palabras están acompañadas de acciones concretas y precisas, siendo parte de lo que sus defensores le solicitaron a cambio de llegar al poder.
Si las fake news en los medios de comunicación masiva sobre la representación fascista de Trump tuvieran un peso más allá de la propaganda electoral (buena o mala), este tipo de estrategia informativa hubiera desencadenado desde hace tiempo atrás una serie de manifestaciones masivas en la mayoría de los estados, tal y como las que se pueden experimentar actualmente. Efectivamente, dichas protestas están sucediendo en un contexto de represión policial ante el malestar de la población afro por la violencia racial y de quienes no simpatizan con el asunto. Lo señalado hasta aquí, es un fenómeno histórico más relacionado con la larga duración, evidentemente, un problema debido a la discriminación provocado por la descarada falta de saneamiento del tejido social en los Estados Unidos.
Seré más claro. El filósofo Slavoj Žižek menciona que los efectos de lo políticamente correcto al querer legislar directamente ayudaron para elegir a Donald Trump como presidente, ya que esto habría roto la maquinaria tradicional del consenso político de los Estados Unidos. Aquella corrección política no ha aprendido la lección, se sigue señalando a las personas que no estén de acuerdo con una posición establecida como fascistas o con cualquier otra etiqueta monstrificante afán de desprestigiar al “otro”. Básicamente, es una manera perezosa de no pensar o no confrontar al adversario con argumentos discutibles, por consiguiente, es una vía fácil que no ofrece direccionar un criterio responsable sobre los eventos que están transcurriendo en el presente.
Ahora bien, Trump tampoco es un fascista o un mesías como tal, pensar de esa manera genera una vaga comprensión sobre las acciones de este político, por lo que, se termina frivolizando los hechos presentes con respecto a lo que está pasando realmente en las calles.
Hoy en día estamos de frente a la aparición de conflictos a flor de piel, en el marco de una pandemia mundial y dentro del territorio de una de las naciones más poderosas del mundo. Sin embargo, este reto de cambio social está sucediendo entre todo este posmodernismo ideológico y en un contexto informativo de noticias falsas, esperemos que este tipo de “oposiciones simplistas” no afecte la opinión de quienes quieran unirse a favor de las actuales protestas y las eventuales transformaciones sociales que se están dando en los Estados Unidos.
En otras palabras, lo primordial sería que nadie ayude a incrementar con sectarismos ideológicos una posible falta de criterio personal ante tanto bombardeo informativo, y así prevenir una inevitable caída en las ansias de cambio para los nuevos adeptos a la oposición en contra de las actuales gestiones del gobierno estadounidense, o sea, considero que es preferible intentar conectar nuevamente con la gente y no alejarla por culpa de pretensiones gregarias.
Efectivamente, se necesitan personas que piensen por sí solas y vean razonable o creíble el malestar de los detractores al gobierno, alejando a los indecisos de un pensamiento a favor del status quo o el establishment de los Estados Unidos. Todos debemos de salir de nuestra zona de confort y pensar más allá del qué dirán, por ende, una propuesta contraria a la ambigüedad de Trump.
No tengan miedo a que los etiqueten por decir que un presidente megalómano no necesariamente es un fascista. En este caso, llamemos a las cosas por su debido nombre para comprender mejor el problema, o sea, represión autoritaria contra la población civil. Cabe decir que, esta vía alternativa de pensamiento no va a causar un cambio drástico o permanente en la política, pero sí ayudaría potencialmente con mejorar el entendimiento (o sensibilidad) de muchas personas acorde con la situación vigente, por lo demás, eso se convertiría en un avance necesario durante estos momentos de crisis sanitaria y social a escala planetaria.
En resumen, los monstruos políticos no se encarnan en las palabras, se encarnan en las personas y se reflejan en sus acciones.