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La evolución en debate: el enfoque dialéctico de Levins y Lewontin

¿CÓMO ENTENDER LA EVOLUCIÓN? EL PUNTO DE VISTA DE LEVINS Y LEWONTIN

    • La evolución como teoría no es más que el conjunto de ideas con las cuales intentamos entender los mecanismos de la evolución como hecho. Complejo, histórico, contingente, pero, sobre todo, un hecho del cual seguimos aprendiendo.

    • Pablo Siliceo actualmente trabaja en el laboratorio de Falla Medular y Carcinogénesis de la sede periférica del Instituto de  Investigaciones Biomédicas

Es común que al hablar de ciencia uno tienda a dar por sentado que todos los conceptos que a través de ella se han definido son conceptos puramente objetivos, decisivos, estáticos y que simplemente son como son; pocas veces nos cuestionamos el origen del concepto de célula o la influencia ideológica que han tenido varios términos en la física moderna. Sin embargo, el quehacer científico es un quehacer humano, y como todo, está sujeto a las capacidades, interpretaciones e incluso ideologías dentro de las cuales está inmersa la ciencia.

Es así como Richard Lewontin y Richard Levins, renombrados biólogos evolucionistas y filósofos de la ciencia, discuten en su famoso libro, The Dialectical Biologist, la influencia ideológica que ha tenido uno de los conceptos más utilizados en la epistemología científica y social: la evolución.

Si analizamos a la evolución, no como teoría per se sino como una ideología (evolucionismo) con un desarrollo histórico particular, podemos reflexionar sobre la construcción y origen de un concepto que hoy en día se utiliza sin cuestionarse y, aún más importante, sin entenderse. Según Levins y Lewontin, la evolución es uno de los conceptos que se ha intentado entender, sesgadamente, a través de la ideología cartesiana reduccionista; en donde el todo se entiende como la suma de sus partes. Si bien, éste método de aprendizaje ha contribuido extensamente en la física, química y biología, no debemos olvidar que el cartesianismo, más que otra cosa, es un perspectiva a través de la cual intentamos comprender nuestra existencia. Un dispositivo que utilizamos para aprender, pero que no necesariamente representa como es nuestra realidad. Podríamos pensar en cómo intentamos medir la temperatura de un cuerpo de manera indirecta al medir la dilatación del mercurio dentro de un termómetro.

No obstante, comprometerse a entender el mundo a través de sus partes, de acuerdo con los autores, en realidad nos impide considerar el todo como una nueva cualidad de las partes y una nueva parte a su vez. Es por esto que Levins y Lewontin, a través de un enfoque mucho más dialéctico, cuestionaron las limitantes y sesgos ideológicos que estuvieron detrás del desarrollo del pensamiento evolucionista, buscando entender la realidad biológica a través de un nuevo modelo de pensamiento que funja como un espacio para concentrar preguntas, llevar a cabo análisis y generar conocimiento. Un modelo en donde la parte y el todo no sean elementos aislados, sino contingentes.

The dialectical biologist nos acerca, a través de la dialéctica, a algo parecido a una prueba de polígrafo para cuestionar el modelo ideológico de evolución que reside en nuestras mentes y que ha existido en la de muchos otros a lo largo de diferentes épocas. Así, con este ensayo me interesa compartir con la y el lector cómo es que Levins y Lewontin me llevaron a poner en tela de juicio las nociones que tenía sobre la evolución biológica como concepto y la importancia detrás de lo que significa y ha significado.

Irónicamente, en su obra, publicada por primera vez en 1985, Levins y Lewontin comienzan definiendo y a la vez cuestionando cinco conceptos (o partes) a través de los cuales se construyeron la mayoría de las teorías evolucionistas. Estos conceptos son: cambio, orden, dirección, progreso y perfectibilidad. En aras de contextualizar el inicio de una ideología evolucionista, los autores consideran las revoluciones sociales del siglo xix como un periodo apropiado para datar el cambio como un concepto que se estableció dentro del imaginario colectivo, hasta entonces bastante estático. En este periodo no solo comienza a cuestionarse la estabilidad de la pirámide social, sino que se percibe el cambio social como la regla y no la excepción, algo que inherentemente llevó a razonar que el orden natural no estaba exento de este principio. En este contexto, los autores, sin embargo, explican que el cambio por sí mismo no es suficiente para definir un proceso evolutivo. Éste debe ser un cambio que tienda hacia un nuevo orden que pueda ser descrito en una nueva escala dimensional. De manera un poco más simple, imaginemos que se revuelven (cambian) aleatoriamente las letras dentro de la palabra ROMA. Ninguna de las consecuentes combinaciones aleatorias tendrá un significado cualitativo en español hasta que lleguemos a la combinación que produzca la palabra RAMO o AMOR. Es hasta entonces que se dejan de ver las letras como unidades discretas dentro de un estado nuevo y se logra distinguir un nuevo orden con una cualidad dimensional diferente: el significado de la palabra (el todo) en nuestras mentes y no la secuencia de sus letras (cualidades individuales de sus partes). No obstante, esta manera de percibir un cambio que tiende hacia un nuevo orden no escapa a la subjetividad que existe al definir la dimensión respecto a la cual los nuevos estados son ordenados. En el caso de nuestro ejemplo, nuestro sesgo sería la manera en la que identificamos el nuevo orden de las letras por su significado en español y no por su significado en otro idioma. Esto nos lleva a preguntarnos: Para quienes no hablan español, ¿el cambio percibido existe?, ¿es enteramente subjetivo?, ¿ocurre lo mismo con la evolución?

Si consideramos que no se puede hablar de una escala ordenada sin antes haber sentado la direccionalidad de los estados en cuestión, podemos preguntarnos, ¿cuál es la dirección de la evolución? Esta es una pregunta que difícilmente puede ser contestada con certeza. Sin embargo, los esfuerzos por hacerlo han sido exhaustivos. A lo largo de la historia se ha propuesto que los cambios evolutivos se encaminan a una mayor complejidad y diversidad, llevando a una estabilidad creciente. Ahora bien, estos parámetros son controversiales porque, una vez más, su definición es subjetiva e incluso redundante. Primero, es redundante porque, por lo general, el grado de complejidad arrastra un sesgo temporal ya que el concepto se define a priori al considerar formas más actuales como más complejas. Segundo, pensar en el aumento en la estabilidad de un sistema es subjetivo, pues apela a una visión renovada en donde, después de las revoluciones burguesas, se comenzó a percibir el mundo como un sistema en constante equilibrio.

Finalmente, Levins y Lewontin (1985) discuten el progreso como tendencia local y la perfectibilidad como tendencia global en la evolución. Al conceptualizar el progreso, el problema es inmediato, su definición conlleva una carga moral y una teoría del valor de lo que progresa y lo que no, siendo susceptible a convertirse en una visión antropomórfica. En cuanto a la perfectibilidad, a pesar de que la adecuación al ambiente puede, en ciertos casos, considerarse como una progresiva optimización de las características de los organismos hacia un objetivo en particular, no hay que olvidar que nuestra percepción de ella es relativa. Mientras el ambiente continúe cambiando constantemente, a pesar de que parezca que la evolución biológica ha alcanzado el nuevo óptimo local, este óptimo cambia; como en la paradoja de Zenón, la tortuga siempre estará por delante de Aquiles. Asimismo, percibir cualquier cambio evolutivo como una adaptación nos lleva a plantear explicaciones de su existencia sesgados por la utilidad que queremos verle. Si todo lo que tenemos es un martillo, todo parece clavos; es decir, todo parece la mejor solución adaptativa posible frente al problema evolutivo en cuestión. Sin embargo, lo contrario también puede suceder. La evolución no exclusivamente determinada por selección natural permite la existencia de rasgos cuya función adaptativa es adquirida y no seleccionada, rasgos sin ningún valor adaptativo aparente e incluso algunos que aparentan ser desventajosos ninguno de los cuales empata con una visión de progreso hacia una meta final: la perfección.

A modo de conclusión, no espero que al final de este ensayo se demeriten los dispositivos epistémicos y conceptuales a través de los cuales se ha intentado comprender un proceso tan complejo como el de la evolución biológica. No obstante, es importante tomar en cuenta que cuestionamientos y discusiones como ésta permiten evaluar las limitaciones de seguir estudiando la evolución como se hizo en el siglo XIX y reconocer la influencia que han tenido ideologías socioculturales en la ciencia, así como el papel de la ciencia en la sociedad. A final de cuentas, la evolución como teoría no es más que el conjunto de ideas con las cuales intentamos entender los mecanismos de la evolución como hecho. Complejo, histórico, contingente, pero, sobre todo, un hecho del cual seguimos aprendiendo.

Paradoja de Zenón: Aquiles y la tortuga

Zenón de Elea (circa 490 a.C. – 430 a.C.) fue un filósofo griego reconocido por haber planteado una serie de paradojas o problemas lógicos donde, con ellas, intentó plantear la inexistencia de elementos discontinuos en el espacio. El razonamiento de Zenon fue la pauta para el desarrollo del pensamiento infinitesimal posetriormente desarrollado por Newton y Leibniz. Una de sus para dojas más famosas, Aquiles y la tortuga, nos plantea la idea de que el movimiento solamente es una sensación ilusoria. La paradoja comienza con una hipotética carrera entre Aquiles, el más rápido de los guerreros aqueos, y una simple tortuga.

Aquiles, reconociendo su condición e inminente victoria, decide darle una ventaja de 100 metros a la tortuga. Sin embargo, al comenzar la carrera, cuando Aquiles llega al punto de partida de la tortuga, durante ese tiempo la tortuga avanzó una cantidad de metros más corta debido a su lentitud, unos 10 metros. Ahora, cuando Aquiles llega a este nuevo punto, la tortuga vuelve a avanzar una distancia aún más corta, 1 metro. Uno podría pensar que  no faltaría mucho para que Aquiles alcance a la tortuga y termine la carrera. De hecho, en la práctica todos hemos ganado o perdido una carrera, independientemente de tener una ventaja de 100 metros o no. No obstante, lo que plantea Zenón aquí, es que la distancia entre Aquiles y la tortuga se acortará cada vez menos un número infinito de veces, llevando a que Aquiles corra detrás de la tortuga hasta el infinito. Debido a que en la matemática griega de la época no era concebible la suma de términos infinitos, dentro del razonamiento de Zenón no existía un resultado finito en donde la distancia entre Aquiles y la tortuga fuera 0. Sin embargo, casi dos mil años después, el desarrollo del cálculo infinitesimal, con James Gregory y Gottfried Leibniz, fue lo que, a través de las series convergentes, puso fin a la carrera entre Aquiles y la tortuga, demostrando que la suma de una serie de términos infinitos puede dar un resultado finito.