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Día de Muertos: una celebración de la vida y la muerte en México

El Día de Muertos en México es una celebración que conecta pasado y presente a través de un complejo entrelazado de rituales y creencias que datan de las civilizaciones mesoamericanas. Para las culturas prehispánicas, como los mexicas y los mayas, la muerte no era el final, sino un proceso de transformación. Esta visión se plasma en el Mictlán, el lugar de descanso de las almas según la tradición mexica. En este inframundo, los difuntos debían atravesar nueve niveles, un viaje simbólico que reflejaba su paso hacia la eternidad. El tránsito estaba guiado por un perro pardo, compañero espiritual que les ayudaba a cruzar el río inicial. Este animal, ni negro ni blanco, tenía el propósito de acompañar al alma en su avance hacia una dimensión impersonal donde cada nivel representaba una fase de disolución del cuerpo y un acercamiento hacia la unidad cósmica. En el Mictlán, no había una muerte real, sino una especie de transformación gradual en la que el alma se disolvía en la totalidad de la naturaleza, integrándose de nuevo en el ciclo de vida y muerte que caracteriza a las cosmovisiones mesoamericanas.

Con la llegada del catolicismo, los rituales indígenas se fusionaron con las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, adoptando nuevos significados y rituales, pero conservando la esencia de la tradición mesoamericana. Este sincretismo dio origen a la tradición que hoy conocemos como Día de Muertos, una celebración donde se honra a los fallecidos a través de ofrendas, altares y altares que los recuerdan y, simbólicamente, los hacen “volver” al mundo de los vivos. Los elementos que componen las ofrendas actuales —las flores de cempasúchil, el copal, las velas y la comida favorita de los difuntos— funcionan como símbolos de bienvenida y respeto. La flor de cempasúchil, en particular, ha cobrado un significado especial, pues su color vibrante y su aroma se dice que guían a las almas de regreso. El altar, dispuesto en niveles que pueden simbolizar los escalones de la transición espiritual, está lleno de elementos que representan agua, fuego, aire y tierra, en un acto de comunión entre la humanidad y el universo.

Cada región en México celebra el Día de Muertos con sus propias particularidades. En Mixquic, por ejemplo, los familiares decoran las tumbas con velas y flores en un ambiente de respeto y serenidad, mientras que en Oaxaca, los altares se erigen como verdaderas obras de arte, con figuras hechas de azúcar y calaveras que simbolizan la aceptación de la muerte como parte del ciclo natural. En Janitzio y Pátzcuaro, las celebraciones adquieren un tono místico, pues las familias pasan la noche en el cementerio en compañía de sus seres queridos fallecidos. Este mosaico de celebraciones regionales ha llevado a la UNESCO a reconocer el Día de Muertos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, destacando su valor como símbolo de identidad y resistencia cultural.

En el ámbito académico, el Día de Muertos es estudiado no solo como una festividad, sino como un fenómeno que promueve la cohesión social y la reafirmación de valores. Desde el siglo XVI, esta festividad ha servido como un punto de unión, primero entre la cosmovisión mesoamericana y el cristianismo y, luego, entre generaciones que continúan transmitiendo estos rituales a sus descendientes. En la actualidad, el Día de Muertos es un emblema de la identidad mexicana y un acto de resistencia cultural que revive la percepción mesoamericana de la muerte como transformación y continuidad. Cada altar erigido y cada ofrenda colocada representan la conexión viva entre el pasado y el presente, una expresión de la cosmovisión que ve en la muerte no un final, sino un retorno a la naturaleza y una fusión con el universo eterno.