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Detrás de cámaras de Nosferatu, cuando el cine de horror comienza

La primera “adaptación” fílmica de Drácula, novela del irlandés Bram Stoker, estuvo a punto de desaparecer debido a una demanda de la viuda del escritor. “Por fortuna, en ese momento ya circulaban muchísimas copias de la película, por lo que hoy podemos disfrutarla”, explicó Roberto Coria

La idea surgió hace poco más de un siglo, cuando el alemán Albin Grau –ocultista y artista visual– regresó a su país al término de la Primera Guerra Mundial con una historia que le contó un soldado que conoció en el campo de batalla, quien aseguraba que su padre había regresado de la tumba como un vampiro para acosarlo.

Entusiasmado con el relato, Grau decidió unirse al productor Enrico Dieckmann para fundar los estudios cinematográficos Prana-Film GmbH y llevar al vampiro a la pantalla. El resultado de esta unión, Nosferatu (1922), se estrenó el 4 de marzo en una gala en un salón del zoológico de Berlín, la capital alemana. El 15 del mismo mes inició su camino entre el público.

Para Roberto Coria, uno de los organizadores de las Jornadas de literatura de horror de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, la película es “uno de los mejores ejemplos del cine de horror, incluso podríamos decir que el cine de horror comienza con esta película”.

El largometraje, dirigido por FW Murnau, sigue el viaje de Thomas Hutter a Transilvania, región de Rumania, para cerrar un negocio inmobiliario con el misterioso conde Orlok. Después de pasar una noche en el castillo del aristócrata despertó con dos pequeñas incisiones en el cuello, con lo que se inicia su pesadilla.

“Nos encontramos ante un primer intento de ver al género como una industria. Albin recordaba la anécdota que le contaron durante la guerra, y ya conocía Drácula, que ya había sido publicada en todo el mundo. Cuando decidieron filmarla, obviamente no tenían intención o los medios para adquirir los derechos de la novela, así que contactaron a Henrik Galeen, un escritor muy popular de esa época, autor del guión de El Golem –otra de las grandes obras del expresionismo alemán–, y le encargaron una versión libre de la novela. Así, en lugar de Drácula en esta versión el conde se llama Orlok, y parte de la trama se desarrolla en Alemania, no en Inglaterra, pero conservaron lo que sucedía en Transilvania. Comenzaron a cambiar el planteamiento, porque no tenían permiso de la viuda de Bram Stoker”, apuntó Coria.

“En 1922, diez años después de la muerte de su marido, a Florence Balcombe le llegó de manera anónima un sobre en cuyo interior había un programa de mano de una película que se llamaba Nosferatu, en el que se afirmaba que estaba basada en la novela de Bram Stoker. Florence montó en cólera e Inmediatamente contactó a un abogado. Con justa razón, porque como viuda del autor tenía toda la potestad para reclamar”.

El pleito legal, recordó Coria, tardó más de dos años en resolverse, pero finalmente los jueces le dieron la razón a Balcombe y ordenaron que ante la imposibilidad de los productores de indemnizar a la viuda debían destruir todas las copias de la cinta. “Por fortuna, para ese momento ya circulaban muchísimas copias de la película. Por esta razón, hoy podemos disfrutarla”, subrayó el especialista.

Una obra maestra del cine 

Para Roberto Coria, también escritor y profesor de literatura, Nosferatu ha mantenido su vigencia durante un siglo no sólo porque se trata de la primera adaptación de Drácula –“es una película apócrifa en todos los sentidos”–, sino porque en sus imágenes muestra la intención de sus creadores por una experiencia terrorífica para los espectadores partiendo de los principios estéticos de la corriente artística en boga en esos años: el expresionismo alemán.

“Es insólita para ese momento porque el expresionismo se caracterizó por filmar en estudio, con escenografías de perspectivas imposibles, de ambiente onírico y con grandes contrastes. Nosferatu es anómala en el sentido que gran parte se filmó en locaciones. Por ejemplo, podemos ver el famoso Castillo Orava, donde filmaron, y muchos exteriores. Si bien forma parte del movimiento expresionista, rompe los moldes conocidos hasta ese momento. Eso la ha hecho perdurable”.

Otra razón de su éxito, argumenta Coria, se debe a la actuación de Max Schreck como el malvado conde Orlok: “Sabemos que el aspecto del vampiro se lo debemos a Albin Grau, quien fue uno de los primeros artistas y pioneros en utilizar storyboards; Grau dibujó la apariencia del vampiro y Schreck siguió sus indicaciones para la caracterización, pero ignoramos lo demás. Él era un actor de teatro, eso es un hecho, por eso tenía experiencia con el maquillaje, y no es difícil pensar que fue el responsable de trabajar todos esos prostéticos primitivos”.

“Crearon una imagen perdurable: el vampiro delgado que camina muy rígido, calvo y con orejas puntiagudas, de dientes incisivos parecidos a los de un roedor. Es, definitivamente, una de las imágenes más aterradoras que existen. Es uno de los grandes aportes de la película”, apuntó el especialista.

Coria comenta que con motivo del centenario de Nosferatu y otros aniversarios vampíricos que sucederán a lo largo de 2022, las Jornadas de literatura de horror de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería tienen preparados una serie de homenajes para los interesados en el mito del vampiro.