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¿Cómo el cerebro crea la felicidad y el desamor?

  • El imaginario popular ha hecho del corazón la residencia de los sentimientos y de las emociones. Con el paso del tiempo, las neurociencias han aportado evidencia que apunta hacia el cerebro como generador del amor, la felicidad, la tristeza, los celos y el resto de sentimientos y emociones.

EL CEREBRO Y LAS EMOCIONES

Contundente, la doctora Herminia Pasantes Ordóñez, investigadora emérita del Instituto de Fisiología Celular (IFC) de la UNAM, asienta que todo el espectro de las emociones y de los sentimientos se origina en el cerebro. Es gracias a la intensa vida de las neuronas que los seres humanos gozamos o padecemos con la felicidad, el amor, la tristeza o el desamor. A partir de una charla que esta destacada neurocientífica ofrece como parte de su labor de divulgación, nos adentramos en la bioquímica del cerebro, un auténtico arquitecto del sentido y de la sensibilidad; de la sensatez y de los sentimientos. “Todas las preguntas, todas las respuestas están en el cerebro. Si no están en el cerebro, como en dónde estarían. Así que todo está en el cerebro. La filosofía del siglo XXI aún piensa que no están ahí, pero lo que pasa es que no lo entendemos todavía”, asienta.

La región del amor… y del desamor De manera puntual, la doctora Pasantes nos recuerda que la clave de la comunicación neuronal la tienen los neurotransmisores, que permiten el contacto entre las células que componen el tejido nervioso. El delicado paisaje bioquímico de nuestro cerebro incluye a sustancias indispensables para la generación de las emociones y los sentimientos. En la lista destacan la dopamina, la epinefrina y la serotonina, siendo esta última a la que Pasantes Ordóñez asigna un papel relevante en la gestación de la felicidad, y, por su ausencia, en cuadros de depresión.

La investigadora del IFC nos recuerda que la región cerebral donde se percibe y se procesa la felicidad o la infelicidad, así como el resto de emociones, es un circuito plenamente identificado, y que fue descubierto gracias a uno de esos accidentes que suelen ocurrir en los laboratorios. Sin querer, investigadores canadienses que aplicaban un protocolo experimental a una rata, colocaron en el cerebro del animal electrodos en una zona distinta a la que planteaba la práctica. Lo que hizo la rata fue autoestimularse de una manera muy intensa. Los investigadores se dieron cuenta de la importancia que tenía esto. Y es que le producía tal placer al animal de prueba, que no podía dejar de oprimir la palanca que estaba conectada a su cerebro.

Fue así que los neurocientíficos comenzaron a rastrear dónde ocurría el estímulo. Volvieron a poner electrodos en otras áreas, hasta que dieron con el punto exacto. De este modo se estableció lo que se llamaba inicialmente el circuito del placer, “pero como eso del placer no sonaba muy científico, le cambiaron el nombre por circuito de recompensa, que es como se le conoce actualmente. Todo lo que nos causa felicidad o infelicidad va a ser registrado en esta zona, cuyo nombre científico es el circuito mesolímbico orbital”, puntualiza. Este grupo de neuronas no están en la corteza, sino que se ubican un poco debajo de ella; dicho circuito se descubrió hace unos cuarenta años.

Pasantes Ordóñez expone que la felicidad puede originarse por muchas razones, aunque la mayoría viene del exterior. “Son estímulos del entorno los que nos hacen felices. O infelices. Esos estímulos son los que nos generan una emoción positiva o negativa. Hay condiciones en las que se puede obtener felicidad independientemente del entorno. Y eso es lo que hacen las drogas, que han ayudado a los neurobiólogos a entender cómo se procesa la felicidad en el cerebro”, concluye.

Comunicación interneuronal

Todo lo que pasa en el cerebro está mediado por la comunicación entre células, recalca la investigadora, quien puntualiza que las neuronas tienen un cuerpo, ramificaciones y una prolongación larga, a través de la cual mandan un mensaje a la neurona a la que le quieren decir algo.

“De este modo establecen comunicación entre ellas. Al terminar esta prolongación hay como un ensanchamiento, donde ocurre la comunicación entre las neuronas. Cuando una quiere ponerse en contacto con otra, va a liberar un neurotransmisor, que está almacenado en la célula. El neurotransmisor interactúa con una molécula en la neurona que recibe el mensaje y que se llama receptor. Así, se libera el neurotransmisor y la neurona se conecta de manera específica con el receptor”, abunda.

De manera sencilla, la doctora Pasantes resalta que se puede decir que este proceso es como la relación de una llave con una cerradura. La llave es el neurotransmisor y solo va a poder abrir la cerradura de un receptor determinado. “Así se hace la comunicación, que es la base de todo lo que se les pueda ocurrir. Pero esta comunicación tiene que regularse con cuidado, porque si es una comunicación demasiado intensa o demasiado prolongada, hay problemas muy importantes desde el punto de vista conductual”, apunta.

“Así se hace la comunicación, que es la base de todo lo que se les pueda ocurrir. Pero esta comunicación tiene que regularse con cuidado, porque si es una comunicación demasiado intensa o demasiado prolongada, hay problemas muy importantes desde el punto de vista conductual”, apunta.

Como ejemplo, cita el caso de la esquizofrenia, “que es una enfermedad devastadora”, y que en parte tiene que ver con un exceso de comunicación entre ciertas neuronas que utilizan un neurotransmisor específico.

El cerebro maneja todo el proceso de una manera muy eficiente, a través de moléculas que son los transportadores, que están encargados de sacar al neurotransmisor de la zona de comunicación y llevárselo a otro lado. “Lo que hacen es meterlo en la neurona, o donde sea, para luego sacarlo de ahí. Es como si fuera un transporte que se va a llevar a los neurotransmisores: si ya no hay neurotransmisores, ya no hay comunicación. Los neurotransmisores no son muchos; para todo lo que hace el cerebro no son muchos”, reconoce. En la lista de los que tienen que ver con las emociones se encuentran la dopamina, la norepinefrina y la serotonina.

El espejismo de las drogas

 De acuerdo con la doctora Pasantes, la estructura química de las drogas consigue engañar al cerebro, para generarle una sensación de bienestar. En la lista incluye a sustancias como las anfetaminas, metanfetaminas, cocaína, heroína, éxtasis y marihuana. De entrada, explica que las anfetaminas tienen el efecto de incrementar la comunicación entre las neuronas. “Y eso debe evitarse”, advierte. Y añade que “los neurobiólogos hemos aprendido mucho de los mecanismos que generan emociones a través de las drogas psicoactivas”. Para la investigadora del IFC es de llamar la atención el origen tan diverso de estas sustancias, ya que “provienen de los lugares más disímbolos”.

Lo mismo de un árbol en Perú o Bolivia, que es el caso de la coca; de un cactus, en pleno desierto en San Luis Potosí; de un cultivo de amapola en Afganistán; de un plantío de marihuana en Oklahoma; de unos hongos en la sierra de Oaxaca; o de un laboratorio donde estaban haciendo un jarabe para la tos. “Vienen de lugares rarísimos”, asienta. Como se puede apreciar, muchas de estas drogas están en las plantas. “¿Cómo es posible que algo que está en una planta nos produzca felicidad? Bueno, pues porque se parecen en su estructura a los neurotransmisores”, sostiene. Así, las moléculas de las metanfetaminas son semejantes a los neurotransmisores que tienen que ver con las emociones. “Lo que hacen las drogas es suplantar a los neurotransmisores”, acota.

Al ahondar en el tema, resalta el parecido entre la mescalina, que es el principio activo del peyote, y la norepinefrina. “Es impresionante la similitud de algo que forma parte de un cactus que está en San Luis Potosí, con un neurotransmisor que nos permite sentirnos felices o infelices; que nos hace estar ansiosos; que tiene que ver con todo lo que se relaciona con el cerebro y las emociones”.

Por si esto fuera poco, apunta el caso de la psilocibina, “que también es impresionante”. Esta es una sustancia presente en un hongo “que crece allá en la sierra de Oaxaca. Por los años cincuenta fueron famosísimos estos hongos, que les decían alucinógenos. Un hongo es como nada, es como agua, como chicle. ¿Cómo es posible que un hongo tenga una sustancia que sea tan parecida a un neurotransmisor que va a afectar el funcionamiento del cerebro?”, plantea la doctora Pasantes.

Por otra parte, apunta que una porción de la molécula del LSD es muy parecida a la serotonina, mientras que la cocaína ayuda a aumentar la autoestima gracias a su estructura química, que suplanta al neurotransmisor respectivo. “Todas estas cosas las producen la cocaína y las anfetaminas porque bloquean el transportador de la dopamina y la norepinefrina en ese circuito del cerebro. Al bloquear al transportador no se puede remover al neurotransmisor de esta zona, entonces la conversación entre las neuronas se prolonga y es más intensa, y por ese efecto es que se tienen todas estas sensaciones que son verdaderamente muy interesantes”, expone la investigadora universitaria. El peligro con las anfetaminas es que si se toman durante mucho tiempo, crean un cuadro sicótico indistinguible de la esquizofrenia. Todas las drogas operan en el circuito de recompensa, y por tal motivo producen felicidad. Y todo estaría muy bien con las drogas si no hubiera el problema de la adicción, finaliza.