Anders Sandberg, Eric Drexler y Toby Ord, investigadores de la Universidad de Oxford, acaban de publicar en arxiv.org un demoledor artículo en el que reinterpretan con rigor matemático dos de los pilares de la astrobiología: la Paradoja de Fermi y laEcuación de Drake . Y sus conclusiones son que, por mucho que las busquemos, jamás encontraremos otras civilizaciones inteligentes. ¿Por qué? Porque, sencillamente, no existen.
La mayor parte de los astrofísicos y cosmólogos de la actualidad están convencidos de que “ahí arriba”, en alguna parte, deben existir formas de vida inteligente. Es la conclusión lógica de pensar en la enormidad del Universo: miles de millones de galaxias, con cientos de miles de millones de estrellas cada una y billones de planetas orbitando alrededor de esas estrellas.
Lo abultado de estas cifras, consideran esos científicos, convertiría en una auténtica “perversión estadística” la mera idea de que la inteligencia hubiera surgido solo una vez en un sistema de tales proporciones. ¿Pero qué pasaría si la posibilidad más inverosimil resultara ser la correcta y resultara que, a pesar de todo, estamos completamente solos?
Según los tres investigadores de Oxford, los cálculos hechos hasta ahora sobre la probabilidad de que exista vida inteligente fuera de la Tierra se basan en incertidumbres y suposiciones, lo que lleva a que sus resultados tengan márgenes de error de “múltiples órdenes de magnitud” y, por lo tanto, inaceptables.
Por eso, Sandberg, Drexer y Ord han tratado de reducir al máximo ese enorme grado de incertidumbre, ciñéndose a los mecanismos químicos y genéticos plausibles. Y el resultado, afirman, es que “hay una probabilidad sustancial de que estemos completamente solos”.
Según la paradoja de Fermi, formulada en 1950 por el físico italiano Enrico Fermi, solo en nuestra galaxia hay tantas estrellas que, teniendo en cuenta la edad del Universo, incluso la más pequeña probabilidad de que surja vida inteligente significaría que la Vía Láctea debería estar repleta de tales civilizaciones, y que por lo menos algunas de ellas deberían haber sido ya detectadas por la Humanidad. Pero a pesar de todos los esfuerzos, no ha sido así. De ahí la paradoja.
En 1961, el astrónomo norteamericano Frank Drake trató de encuadrar la paradoja de Fermi en un marco analítico y desarrolló la famosa ecuación que lleva su nombre para estimar el número de civilizaciones inteligentes que podrían existir en nuestra VÍa Láctea, independientemente del hecho de que no podamos verlas.
En su ecuación
N sería el número de civilizaciones con capacidad de comunicación dentro de nuestra galaxia. Un número que Drake calculó teniendo en cuenta factores como el ritmo actual de formación de estrellas “adecuadas” (R), la fracción de estrellas que tienen planetas (fp), el número de planetas dentro de la “zona habitable” de esas estrellas (ne), el número de mundos en los que ha surgido la vida (fl), se ha desarrollado hasta la inteligencia (fi) y ha sido capaz de fabricar tecnología de comunicaciones (fc). L, por su parte, es el tiempo medio, en años, durante el que una civilización inteligente puede sobrevivir.
Asignando una serie de valores a cada parámetro, Drake llegó a la conclusión de que solo en nuestra galaxia, la Vía Láctea, debería haber un mínimo de diez civilizaciones detectables por el hombre cada año. Más tarde, y a la luz de los nuevos conocimientos astronómicos, los valores asignados por Drake a cada factor se fueron ajustando, y un buen número de soluciones a su ecuación contemplan resultados mucho más modestos, con cifras de 0,0000000142162 (e incluso menos) posibles civilizaciones detectables al año.
En su artículo, los tres investigadores británicos hacen suya la frase de la astrónoma Jill Tarter, directora del Instituto SETI hasta 2012, en la que se refiere a la ecuación de Drake como a “una maravillosa forma de organizar nuestra ignorancia”.
El problema con la ecuación, dicen los tres científicos, es que los valores asignados a la mayoría de los factores suelen representar las mejores conjeturas posibles, que además dependen en gran medida de la actitud optimista o pesimista de la persona que las realiza en cuanto a la posibilidad de que exista vida inteligente.
Parafraseando a Steven J. Dick, otro astrónomo norteamericano, los investigadores escriben en su artículo: “Quizás nunca en la historia de la ciencia se haya ideado una ecuación que arroje valores que difieran en ocho órdenes de magnitud… Cada científico parece aportar sus propios prejuicios y suposiciones sobre el problema”. Y eso que Dick estaba siendo amable, indican los investigadores, ya que muchos resultados de la ecuación de Drake difieren incluso en cientos de órdenes de magnitud.
Entre las muchas soluciones obtenidas hasta ahora, Sandberg, Drexer y Ord valoran especialmente la conseguida recientemente por el cosmólogo Max Tegmark. Según este científico sueco, no existe razón alguna para que dos civilizaciones inteligentes se encuentren a una distancia determinada. Por lo que, y dado que la VÍa Láctea solo representa una minúscula porción del Universo observable, que a su vez solo es una pequeña parte del Universo más allá de lo que podemos ver, resulta poco probable que surjan dos civilizaciones inteligentes en el mismo Universo observable. Por lo tanto, a todos los efectos, lo más probable es que estemos solos.
El surgimiento de la vida
En su modelo, los investigadores británicos utilizan un enfoque diferente, incorporando las incertidumbres científicas actuales que hacen que los valores de las diferentes partes de la ecuación de Drake difieran en decenas (o cientos) de órdenes de magnitud. Algunas de esas incertidumbres se refieren a cuestiones críticas, relacionadas con la aparición de vida a partir de materiales “no vivos”, un proceso conocido como abiogénesis, y las probabilidades posteriores de que la vida temprana, similar al ARN, termine por evolucionar hacia otra forma de vida más adaptable, parecida al ADN.
Por no hablar de la cuestión de cómo esa vida similar al ADN terminó por convertirse en las complejas células eucariotas de las que está hecha cualquier especie viva de nuestro planeta que sea más compleja que una bacteria. Los resultados son, ciertamente, demoledores, y en ellos la paradoja de Fermi se disuelve hasta desaparecer como un azucarillo en el agua.
“Cuando tenemos en cuenta las incertidumbres de forma realista -concluyen los investigadores- sustituyendo las estimaciones puntuales por las distribuciones de probabilidad que reflejan la comprensión científica actual, no encontramos ninguna razón para sostener que en la galaxia, o en todo el Universo observable, existan otras civilizaciones”.
Muy al contrario, lo que sí que encuentran es “una probabilidad sustancial de que estemos solos en nuestra galaxia, y tal vez incluso en nuestro universo observable”.
¿Dónde están, entonces todos los demás? Para los tres científicos de Oxford, “probablemente muy lejos, más allá del horizonte cosmológico que será, para siempre, inalcanzable para nosotros“.