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El rating de La Muerte

Pocos personajes con mayor presencia y dominio del escenario que La Muerte. Sea en su larguísima túnica negra, guadaña y el tenebroso vacío en lugar de rostro, o bien en su colorida y huesuda estampa, es ella la fuerza suprema capaz de terminar con todas las historias.

El crimen más atroz, el más dramático de los accidentes, la guerra más devastadora o la enfermedad más dolorosa, es ella, La Parca quien siempre nos alcanza.

Este 20-20 será recordado como el año en que Doña Dientona asumió la identidad de un microscópico compuesto de RNA con una vaga forma de corona y en el primer tercio del año se convirtió en la asesina número uno del mundo.

Terminó abril con la curva mundial del SARS-CoV-2 aún en línea ascendente y el primer recuento de cadáveres rondaba el cuarto de millón. Comienza mayo con el epicentro de la pandemia — Estados Unidos–, alertando del riesgo de que la enfermedad provoque tres mil muertes diarias en ese país.

La mayoría de los gobiernos intentan disimular sus estadísticas, y el número real de contagios en la vida real podría ser mucho mayor a los registrados oficialmente por los distintos sistemas de salud. No resulta difícil pensar que llegaremos al final del año con un número mayor de fallecimientos provocados por el nuevo virus que otras causas “tradicionales”.

Por supuesto que la principal “causa de muerte” en nuestro tiempo sigue relacionada con la edad. Cerca de dos tercios de las 150 mil personas que, según la Organización Mundial de la Salud fallecen todos los días, se encuentran en esa categoría.

Pero en una particular semana de abril de este año, la nueva enfermedad superó en la lista de top-killers a muchos otros males. Provocó más muertes que los cánceres relacionados con el tabaquismo; más que los accidentes de transito; más que los males asociados con la diabetes y la obesidad y el consumo de alimentos chatarra, más que la malaria; más que los accidentes de tránsito; el consumo de drogas y alcohol y la propia violencia criminal o los conflictos armados.

COVID-19 es el nuevo disfraz de esa eterna figura, La Huesuda, que se ocupa de acompañarnos en nuestro camino rumbo al más allá.

De acuerdo con cifras del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME), adscrito a la University of Washington, en Seattle, durante los primeros meses de este año la principal causa de defunción a nivel mundial fue la nueva enfermedad, esa cuyo síntoma extremo es muy claro: nos hace imposible respirar. De hecho, la COVID-19 ha resultado más letal que la suma del daño causado por todas las anteriores epidemias virales de este siglo.

Citado por The Economist, el studio del IHME señala que en el promedio semanal de 2017 (últimas cifras reportadas) la diabetes fue responsable de 20 mil muertes, el cáncer de pulmón y tráquea, 36 mil; mientras que otras infecciones respiratorias causaron 49 mil decesos semanales. Mientras que, en una semana de abril, el coronavirus mató a más de 50 mil seres humanos.

Y aunque esa cifra parece haber sido el punto más alto de la curva en los países de mayores ingresos, en su versión mundial, la curva estadística de esta emergencia sigue sin marcar su punto de quiebre.

Si la curva global del coronavirus llega a su cenit pronto o no, está por verse. Es posible que la cifra total de fallecimientos en el mundo termine siendo similar a la del año pasado, poco menos de 60 millones. Y que la violencia sea la responsable, como en años anteriores, de unas 465 mil muertes (como en 2017). Y muy probablemente las enfermedades cardiovasculares, los cánceres sigan siendo los top-killers en la lista de los favoritos de La Catrina.

Sin embargo, también parece posible que el nuevo mal, ese para el cual no hay vacuna y los expertos coinciden en que terminará por infectar a poco más de 5 mil millones de personas, y contra el cual nuestra mejor defensa sigue siendo aislarnos de los demás, se ha ganado un lugar estelar en el rating de La Tiznada.