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El Nobel de Literatura a Bob Dylan, anunciado por la Revista de la Universidad de México, en 2012

En marzo de 2012, en el número 97 de la Revista de la Universidad de México, apareció un artículo firmado por Pablo Espinosa cuyo título anticipaba lo que acontecería el 13 de octubre de 2016, es decir, cuatro años después: el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan.

“Escribí ese texto a raíz de la publicación de los discos recientes de este artista, en los cuales muestra un grado de madurez exquisito y exhibe su condición de aedo, es decir, de heredero de aquella tradición de la antigua Grecia (de la cual derivarían el bardo, el juglar y el trovador) en la que la poesía era cantada, bailada, gesticulada y articulada por una misma persona”, explicó Espinosa, también periodista.

En su texto, Espinosa jugaba a imaginar qué méritos enumeraría la Academia Sueca al conceder el galardón a este personaje y adelantó que sería por “su visión clara, intensidad lírica y capacidad para revelar la vida de una manera realista, y retratar un mundo cambiante, convulso y esperanzado”, que a fin de cuentas es una manera de parafrasear lo que esta institución dijo en realidad: “Por crear nuevas expresiones poéticas en la canción estadounidense”.

Para el columnista de la revista universitaria, el acierto del jurado al plantear estas razones es hacer confluir en una misma frase dos conceptos escindidos por la tradición y el tiempo sin razón alguna. “El problema es que al inventarse la imprenta el aedo enmudeció y la música y la literatura, que eran una unidad, se divorciaron; desde entonces se consideran erróneamente como algo separado”.

A fin de no caer en dicha trampa, el experto invita a leer sin prejuicio algunos versos de Dylan, como éste de la canción Chimes of Freedom: “Allá entre el final del ocaso y el quebrado toque de la medianoche/ nos cobijamos en el portal bajo el fragor de los truenos./ Un grandioso arrebato de centellas disparaba sombras al estruendo/ como campanas de libertad que destellan./ Destellan por los guerreros cuya fuerza no es la lucha./ Destellan por los refugiados en el inerme camino del exilio./ Por cada mísero soldado perdido en la noche/ y contemplamos las radiantes campanas de libertad”.

Después de esta lectura, Espinosa pregunta: “Si ésta no es alta poesía, ¿qué es entonces?”.

En 2012, el periodista cultural escribió una frase destinada a quienes cuestionan hoy que el galardón de 2016 se otorgue a un músico y no a un novelista, y en su texto deja esta reflexión: “Muchas veces el Nobel de Literatura sirve para que el mundo voltee los ojos hacia poetas hasta entonces desconocidos. Es cierto, Bob Dylan es un poeta desconocido para muchos, que ven en él a un rock star, a un icono, a una luminaria, a un cantautor y no lo que es: un poeta”.

Para Martín Solares, las canciones de Robert Zimmerman (nombre real de Dylan) han sido de gran ayuda al escribir, “pues ha estado conmigo desde que descubrí Everything is broken y Hurricane. Su música ha sido la compañía ideal para viajes de largo aliento, como crear una novela, y sin duda una de las más estimulantes cuando se trata de tratar de sobrepasar los límites propios”.

Esta característica tan notoria en las composiciones del estadounidense también es algo que se palpa en su prosa, acotó el autor de No manden flores. “De hecho, en Océano tuve el honor de editar su libro Tarántula y revisar con Óscar de Pablo la traducción existente. Es un título que parece escrito sobre las rodillas, mientras se avanza en un autobús por la carretera, entre un par de conciertos, pero permite conocer el lado creativo de Dylan y el universo en que vivía cuando escribió muchas de sus mejores canciones”.

Sobre la decisión de la Academia Sueca, el novelista es enfático: “Es una decisión afortunada y muy provocadora. Es como si por una vez en su existencia, y antes de jubilarse, el comité decidiera hacer justicia a un personaje popularmente apreciado en lugar de descubrir a uno poco conocido, como era la tradición”.

Para finalizar, el literato plantea una reflexión parte en serio, parte en broma, al decir que esta decisión rejuvenece a la Academia Sueca, aunque también eleva el nivel de exigencia para los siguientes premiados. “A partir de ahora no se dará el Nobel a un escritor que no toque al menos las maracas”.