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El humor silenciado por las balas

Philippe Lançon recordará todos los días los gritos de ira, las voces desconocidas en la redacción de Charlie Hebdo: Allahu Akbar! La vida esfumándose en cámara lenta, entre rifles de asalto y balas rencorosas. El semanario satírico francés sufrió el 7 de enero de 2015 un atentado terrorista en el que perdieron la vida doce personas. El sentido del humor masacrado, un tribunal medieval dictaminó que las caricaturas sobre Mahoma merecían la muerte: “Habíamos sido víctima de los censores más eficaces, los que se lo cargan todo sin haber leído nada”.

Lançon, una de las víctimas, recibió disparos en el rostro, un tercio dañado, “un mutilado”de guerra en un país (Francia) en paz. En su libro El Colgajo (Anagrama, 2019)relata los meses que pasó en el hospital, las operaciones, el desfile de médicos, terapeutas, la visita del entonces presidente de Francia, los guardaespaldas que lo vigilaban las 24 horas, las pesadillas donde volvía a ver a sus colegas asesinados, los estruendos en su cabeza, los falsos recuerdos,“los escombros no estaban hechos ni de polvo, ni de cenizas, ni de cristal, ni de yeso. Estaban hechos de silencio y de sangre”.

La libertad de expresión en la cuerda floja, las ideas como única red de protección. Uno de los caricaturistas, recuerda Lançon, aún tenía su pluma en la mano cuando recibió la ráfaga de plomo. Junto a la solidaridad del mundo (Je suis Charlie) también llegó la crítica: se excedieron. Lançon se aferra a su computadora portátil y escribe, con tres dedos, con la baba escurriendo de su deforme rostro, sin control, señal de que su cuerpo herido seguía sus propias reglas.  Y escribe la frase de un colega:“Si hay que empezar a respetar a quienes no nos respetan, más vale cerrar…”.

Llora en silencio, si quiere que sus heridas cicatricen tiene que permanecer en silencio. Se comunica con una pizarra y un marcador. La desesperación, el enojo y la soledad instalados en su nuevo hogar, un hospital con el que terminará encariñándose y del cual tendrá miedo de salir cuando lo den de alta. La lección de la violencia y de la historia: “No estábamos de acuerdo. Luego entraron los asesinos y pusieron a todo el mundo de acuerdo”.

Lançon escribe un diario de guerra y en él se convierte, de nuevo, en el hijo de sus padres, depende de ellos. Es otra vez el niño que hay que cuidar, alimentar, acompañar al baño y limpiarle la baba. Las lágrimas no lo cegaron, leía a Kafka y a Proust. Y aunque las balas son contundentes, poderosas e irracionales, a veces, en contadas ocasiones, el espíritu humano se sobrepone y toma revancha. Un mes después del atentado, Charlie Hebdo regresa a las calles y se incluye una crónica de Lançon.

Tiempo después, en las calles de Nueva York recibirá la noticia del atentado terrorista al Bataclan: “en aquel preciso instante el aire gris oscuro con olor a pólvora bajó desde lo alto de los rascacielos como una nube pesada llena de plomo frío”.