Cuando todo apuntaba a que sería un debate tradicional, es decir, lleno de acusaciones y ataques, un ciudadano les recordó lo valioso de la política, del intercambio de ideas, de mirar más allá de la lucha electoral. Una sola pregunta regresó a los dos políticos a la tierra, al día a día, a verse humanos: ¿Qué respetan el uno del otro?
Asombro y aplausos. Y las respuestas precisas. Clinton elogió a los hijos de su adversario. Y Trump describió a Hillary Clinton en una sola frase: “Nunca se rinde”.
Para Trump, el inicio del debate fue complicado. Comenzó a la defensiva, intentó aclarar la conversación filtrada a medios en donde denigraba a las mujeres. Quiso reducirlo a una plática informal, ajena a su esencia.
Conforme pasó el tiempo se le vio más cómodo en su estrategia habitual: atacar a su contrincante por sus años improductivos en la política, su falla en los temas de seguridad nacional y clamar por la Ley y el Orden.
México apareció poco en el debate, y cuando se mencionó el tema fue para hablar de la “frontera sur” como paso de la droga.
Los medios de comunicación de Estados Unidos documentaron en las redes sociales, de nueva cuenta, las mentiras de Trump: que no apoyó la guerra en Irak, por ejemplo. Algunos ilustraron el debate como mucha gente lo percibe, como una pelea de box y no como un intercambio de argumentos.
Sin ser decisivo, el debate favorece a Clinton. Aún falta uno más pero según lo dicho por muchos analistas, entre ellos los de CNN, el reciente escándalo que afecta a Trump y que refuerza su etiqueta de misógino, le puede restar hasta ocho puntos en las encuestas.