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El caso de la Samsung Note 7 nos enseñará a desarrollar mejores baterías

Casos como éste comenzaron a replicarse en el orbe, lo que obligó a la compañía a detener la producción y venta de dicho modelo, y a recoger millones de celulares por temor a que su pila estallara.

Para los analistas, se trata de uno de los mayores fracasos comerciales de las últimas décadas, aunque para Lorenzo Martínez Gómez, del Instituto de Ciencias Físicas (ICF) de la UNAM, es una oportunidad para, a partir de una falla masiva, aprender qué se hizo mal y optimizar la producción de baterías más efectivas no sólo para móviles, sino para otros dispositivos e incluso para medios de transporte, pues de este tipo de desarrollos depende la sustentabilidad energética del mundo.

“Lo que hubo detrás de los incidentes es producto de la pugna por ofertar celulares con cada vez mayor poder de procesamiento. Para lograr esto se requiere abastecerlos de una gran cantidad de energía y en este rubro la competencia es feroz”, expone el investigador.

En una apuesta arriesgada y a fin de aventajar a sus competidores, el Galaxy Note 7 venía con una batería de iones de litio (Li-Ion) con una capacidad de tres amperios-hora (Ah), lo que representaba un gran salto respecto al Galaxy 7, que registraba 3 Ah, y no se diga en comparación con el iPhone 7, que sólo llega a los 2.9 Ah, añade.

Al diseñar estos aparatos, los expertos de Samsung echaron mano de una ingeniería sumamente detallada y se enfocaron en hacerlos tan compactos que la pila en su interior ocupaba muy poco espacio, lo que generó el problema que hoy tiene a la compañía bajo la lupa, dice.

¿Qué hay detrás de una batería de iones de litio?

 Para entender cómo funciona una batería Li-Ion, imaginemos que tenemos un sándwich formado por un ánodo (polo positivo), un electrolito (que va en medio) y un cátodo (polo negativo), donde los iones pasan de forma controlada de un electrodo al otro a través del electrolito a fin de alimentar, en este caso, a un celular, explica.

“Como las pilas del Samsung Note 7 eran tan reducidas, las placas del electrolito eran muy delgadas y algunas formaron dendritas (estructuras en forma de raíces) en el ánodo, las cuales atravesaron ‘la parte media del emparedado’ y llegaron al cátodo, lo que provocó puentes eléctricos, liberación súbita de energía y, por ende, la explosión o combustión de los aparatos”, dice el también Premio Nacional de Ciencias y Artes.

Para Martínez Gómez, la compañía coreana no tenía manera de adelantar este escenario, pues seguramente en su etapa de pruebas manufacturaron unas 10 mil baterías sin observar problema alguno y al dar luz verde al proyecto, fabricaron millones. “Desgraciadamente, basta con que aparezcan unas 20 defectuosas en un lote de un millón para que todo alcance proporciones de catástrofe”, subraya.

Según representantes de la compañía sudcoreana, esta irregularidad afectaría al 0.01 por ciento de los Galaxy Note 7 vendidos (cerca de mil aparatos); no obstante, esto obligaría a la compañía a recoger hasta 4.3 millones de smartphones, según datos de Greenpeace.

Aunque estas cifras podrían hacer pensar que se trata de una medida exagerada, Martínez Gómez señala que no es así. “Si hablamos de celulares, estos desperfectos no suenan tan amenazantes, pero sí consideramos que las baterías de Li-Ion se emplean mucho en la industria aeronáutica, entenderemos que cualquier falla tendría consecuencias lamentables”.

Sobre el escándalo que rodea a Samsung, el físico dice que más que un llamado al pánico es una invitación a superar dichos inconvenientes. “Para mí, la clave está en analizar cómo se hacen los electrólitos, repensar las estructuras y echar mano de nuevas tecnologías a fin de descartar cualquier peligro”, concluye Martínez Gómez.