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8M, el fin del silencio


Las mujeres ganaron las calles

Las mujeres caminaron de la mano y gritaron: “El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas”.

Más de 100 mil mujeres partieron del Monumento a la Revolución. Tres horas después caminaba, a la altura del Hemiciclo a Juárez, el último contingente.

“Es emocionante todo, desde que nos encontramos en el Metro, de color morado, con los paliacates verdes, mirándonos y confirmando nuestro entusiasmo”, contó a UNAM Global una de las manifestantes. Pero también compartían el enojo y el miedo. Ella, como millones de mujeres, ha sido acosada en las calles en varias ocasiones.

Otras marcharon en compañía de sus hijos. “Me iré en el contingente de los padres, quiero que mi hija sepa lo que estamos viviendo”, nos dijo una compañera periodista. No fue la única, había niños en los hombros de sus madres, con pancartas, en carriolas, bebés dormidos.

Nunca hubo silencio. A ratos se oían los cantos conocidos: “Mi cuerpo es mío…”, “Verga violadora, a la licuadora”, “El patriarcado va a caer”, “No quiero rifa, quiero justicia”. Y a veces los gritos de una “manada” (“Yo soy tu manada, yo te cuido”, decía un cartel), la ira, el enojo.

Desde los ventanales del Hotel Hilton los huéspedes observan amurallados la trifulca, la diamantina, las botellas, los cohetones. Prefieren cerrar las persianas, la realidad a veces es muy incómoda. El centro comercial de junto no tiene la misma suerte ni está fortificado. Un grupo de manifestantes rompe los vidrios y arroja petardos. El ruido de los cristales no lo escucha nadie, sólo los vemos caer, el martillo sin la hoz los ha derribado, lo que sí se escucha es el grito de “fuimos todas”.

Un fotógrafo de una agencia de noticias y un reportero de un portal informativo quedan en medio de la trifulca entre manifestantes y mujeres policías. “No hay que moverse dice el fotógrafo”. Llueve el aerosol, le gritan al oído, le impiden tomar fotos, tiene diamantina rosa en el cabello.

Una manifestante se pone en medio de las policías y pide que no haya violencia, pero nadie le hace caso. El enojo es tan grande que les arrojan botellas de agua y naranjas.

Mujeres ancianas, en silla de ruedas, con bastón; indígenas, alumnas, profesoras, periodistas; con cárteles de hijas desaparecidas, de hijas que no regresaron de la escuela, del trabajo; brazos con el teléfono celular para contactar al familiar cercano; no había uniformidad en los contingentes y nada impidió que salieran a la calle. Ni siquiera los rumores que circularon días previos en las redes sociales (¿dónde más?) donde se advertía de ataques y de gente que arrojaría ácido.

“Ni una más” fue el grito en el que coincidieron todas, las 100 mil mujeres que no guardarán silencio.