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Día de fuerza. Día de lucha

El 8 de marzo todo se pintó de morado: feeds de Facebook, Twitter e Instagram, fotos de perfil, el atuendo y maquillaje; los carteles, el pañuelo, las flores…

Abruma y conmueve tanto morado, y no sé si soy yo, pero este año lo he visto como ningún otro. Y no sólo es cuestión de atención selectiva. Atención selectiva sería ignorar que diario vemos en redes y medios la súplica para difundir sobre la desaparición de la hija, la hermana, la amiga o la conocida de alguien. Atención selectiva sería ignorar encabezados que nos reportan que encontraron el cuerpo de una niña que llevaba semanas desaparecida. Atención selectiva sería pretender que las autoridades reconocen la gravedad del asunto.

“Ya todo les ofende” “Ya todo es machismo” “Ahora resulta que a todas les han hecho algo”

No, queridx compañerx, no es “ahora resulta”. No me corresponde y estoy cansada de intentar convencerte de que a todas nos han incomodado, humillado, violentado, golpeado, manipulado. No tengo que convencerte de una realidad que es obvia y que ha estado frente a nosotrxs todo este tiempo. No tengo por qué convencerte de que nuestra lucha es válida y necesaria. Si no nos cuesta creerle a la víctima es porque sabemos cómo son las cosas.

En el fondo todos sabemos que es cierto, la violencia física, simbólica y estructural que se ejerce sobre las mujeres y niñas está tan imbricada en nuestro sistema y su esencia, que parece invisible; pero es precisamente esta sutileza y permanencia la que permea todo aspecto de nuestra vida, y por eso es que la misoginia y el machismo se reproduce individual y colectivamente con tal naturalidad.

Quizás explícitamente no nos demos cuenta; puede que nos sorprenda descubrir los micro machismos en las actitudes y comentarios que tenemos tan normalizados. Puede ser que genuinamente no consideráramos que referirnos a las mujeres como “zorras” o “viejas” no fuera quizás la mejor manera; o que diéramos por hecho que en las parejas siempre hay consentimiento; quizás asumíamos los roles en la familia y la pareja sin pensarlo dos veces. Porque todo esto es normal, ¿no? Así es la vida, así siempre ha sido.

De pronto nos dicen que todo lo que dábamos por hecho viene de la misma raíz, que todo se remonta a una misma base, sutil y violenta, y que quizás deberíamos cambiar y, entonces, viene el conflicto. Primero el conflicto cognitivo: “¡¿Cómo?! A mí me enseñaron a construirme, a tratar y a interactuar con hombres/con mujeres de esta manera. Así siempre ha sido. Todas las personas son así, todas las familias son así”. El conflicto cognitivo consiste en el encuentro y enfrentamiento de mis conocimientos e ideas previas con información nueva; requiere de una reestructura mental, un proceso que lleva tiempo y esfuerzo. Y muchas veces, el conflicto cognitivo se encuentra con un duelo emocional: “¿Entonces lo que me enseñaron está mal? ¿Somos malos? ¿Vivimos una mentira?”.

La construcción y lectura social del género sostiene y perpetúa la estructura social como la conocemos. De pronto se sacude esa base, enfrentamos el conflicto y el duelo; ante un choque emocional de este calibre, ¿qué sigue? Hay tres respuestas fundamentales: paralizarse, huir o atacar.

–       Paralizarse. Ignoro todo lo que pasa. Sigo con mi vida. “A mí no me afecta”, “mi vida está bien, no debo cambiar”.

–       Huir. Estoy en negación, rechazo el conflicto. Hago lo que sea para convencerme de que lo que creo y doy por hecho que está bien y no debería de cambiar. “Ellas se lo buscaron”, “Eso le pasa por andar sola, por vestirse así”, “No todos los hombres…”.

–       Atacar. No estoy conforme, sé que no estoy a salvo, no me gusta el panorama, y sé que si no hago algo moriré. Entonces reaccionamos, alzamos la voz y henos aquí.

Quizás efectivamente antes no nos dábamos cuenta o no podíamos poner palabras y conceptos para denunciar y describir el sistema patriarcal y la violencia machista que permea nuestra vida cotidiana. Quizás no, pero en el fondo siempre lo hemos sabido, si no, no nos dolería tanto enfrentarnos a este conflicto cognitivo y duelo emocional.

Duele porque da justo al clavo. Lo sabemos porque todas, todos, todes hemos vivido esta violencia, ya sea simbólica: “zorra”, “apretada”, “mamacita”, “no seas llorón”, “nunca vas a ser un hombre de verdad”; ya sea física: ese jaloneo que no fue normal, ese apretón de brazo que te preocupó, esa vez que te penetró después de que dijiste que no, cuando “sí querías, pero estabas muy ebria para decir que sí”, cuando te llevaron a la fuerza, cuando te desaparecieron; o ya sea estructural: “las mujeres son muy hormonales, no se puede confiar en ellas para decisiones importantes”, “aquí no vengas vestido así, viste como hombre/mujer respetable”, “las mujeres a la casa y el hombre a trabajar”. No importa qué tipo de violencia, pero todxs sabemos de qué se trata.

El sistema patriarcal machista heteronormal (sí, con todas las palabras que hacen que algunxs volteen los ojos) nos afecta a todas, todos y todes, pero hoy nos toca a nosotras las mujeres exigir y reivindicar lo que es nuestro y que nos corresponde. Cambiar la realidad en la que vivimos es chamba de todxs, pero hoy nos toca un espacio sólo para nosotras. Reclamamos nuestro espacio y lugar con morado, con arte, con frases, con flores; somos muchas y nos tenemos la una a la otra, sí, y es reconfortante y empoderante recibir esta oleada de morado y fuerza.

Hoy es un día de mucha fuerza, pero es también un día de mucho dolor.

“Era mi mejor amigo” “Era mi novio” “Me sentí sucia, me sentí culpable” “Me costó reconocer que no fue mi culpa” 

Es desgarrador, es abrumador, y nos duele a todas.

“…pero ahora, después de x años, puedo hablar sobre esto, puedo perdonar, puedo nombrar a mi agresor” “Quiero sanar, y sé que estaré mejor”

Hermana, yo sí te creo, siempre te voy a creer a ti. Yo te escucho, te acompaño y te apoyo en lo que pueda.

La culpa no era tuya, ni dónde estabas, ni cómo te vestías.

Algún día todxs vamos a entenderlo.

*Mujer y maestra mexicana. Lic. en Pedagogía por la Universidad Iberoamericana.