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Cantar en décimas, una declaración latinoamericanista

No hay décima en francés o inglés, esta estrofa sólo existe en español y en América Latina, porque en España —con excepción de Islas Canarias— su tradición se perdió. Por ello, sea en huapango, payada, trova o punto cubano, cantar en décimas es una declaración latinoamericanista, asegura Frino, vocalista de la banda La Mula de Sietes, quien se ha involucrado a tal grado con esta forma estilística que no sólo la usa en sus piezas de blues y rock, sino que con este tema se titulará en breve como doctor en Estudios Latinoamericanos.

Debido su estilo tan particular de hacer música, Frino suele ser buscado por gente de diversos rubros, como los periodistas que en mayo pasado lo entrevistaron por su versión de Knockin’ on Heaven’s Door —reinterpretación con reggae y son arribeño del clásico de Bob Dylan—; los promotores Esteban León y Violeta Pineda, que hace poco lo invitaron a dar un recital en el Center for the Arts Eagle Rock para la comunidad hispanoparlante de California, o el personal de la UNAM Los Ángeles, que recién le pidió dar un taller de versificación para un grupo integrado, casi en su totalidad, por inmigrantes.

“A este curso lo describiría como un laboratorio-relámpago cuyo único requisito es no llevar libreta o lápiz. Afuera cualquiera es libre de escribir lo que se le antoje; adentro, el objetivo es versificar de botepronto, es decir, entrar y salir de diferentes rítmicas. No se trata de contar sílabas y marcar acentos, sino de distinguir formas métricas, pues no es lo mismo un octosílabo, un alejandrino o un endecasílabo. Quien desee dominar dicho arte debe practicar; esto es algo que de siempre han sabido los maestros de la poesía oral”.

En una charla con la revista Tierra adentro de agosto de 1997, el trovador campesino Eliazar Velázquez recordaba tiempos en los que para entrar en el mundo de la décima los aspirantes debían someterse a un rito iniciático. “Antes, si querían aprender los secretos, los chavos debían ir a ver a los viejos y darles una gallina o un día de trabajo a cambio de aprender a hacer un son o un verso; hoy ese mecanismo está fracturado. (…) Hay instrumentos como los talleres, los cuales ayudarían mucho (a que esto no se pierda)”.

Para contribuir a este pase de estafeta tan necesario, Frino dedica parte de su tiempo a dar estos cursos, en los que comparte su forma de elaborar y cantar el verso —“una cosa es indisociable la otra”—, labor que además de obligarlo a pulir su estilo, lo llama a la reflexión. 

“De la experiencia en la UNAM Los Ángeles me parece significativo que la mayoría de los participantes hayan sido inmigrantes porque la décima es, en sí misma, hija de la migración. Este carácter nómada explica el que llegara de España al Nuevo Mundo y que encontrara en América Latina un suelo fértil para crecer y diversificarse. Yo mismo me encontré con las décimas no aquí, sino en un viaje al Cono Sur. Sólo hasta mi regreso vi que en México se hacía algo parecido”.

Hija de la migración

En 2002, Frino y su hermano, el autor de novela negra Vicente Alfonso, decidieron emprender un viaje “de pata de perro” de México a Chile, en el cual hicieron muchas paradas. “En cada sitio donde nos deteníamos había una forma particular de cantar décimas. Yo no había escuchado nada igual en mi natal Torreón; más tarde me enteraría que poetas de la Laguna como Rafael del Río, o que vivieron ahí, como Manuel José Othón, eran magníficos decimistas por escrito, aunque en el lugar nunca hubo una tradición en el canto”.

De esta correría por el continente surgió su interés por el tema y se avivó su deseo por ponerse a investigar, algo que Frino suele hacer cuando un asunto atrapa su atención; de hecho, a este tipo de inquietud y a sus ganas de saber más debe el mote que lleva desde niño, porque en realidad su nombre es Jesús Antonio Rodríguez. 

“Mi padre trabajaba en una escuela rural de Coahuila, a mitad del desierto, donde abundaban unas lagartijas a las que la gente llamaba camaleones. Como en vez de cambiar de color expulsan sangre por los ojos, supuse que no se trataba de un camaleón e indagué hasta encontrar su nombre correcto: Phrynosoma orbiculare. En el colegio hallaron esto simpático y los compañeros de mi papá comenzaron a decirme Frinosoma y, después, Frino. Al inicio no me gustaba, pero me acostumbré; hoy es raro que alguien me diga de otra forma”.

Con la misma curiosidad que lo caracterizaba a sus 10 años, el blusero comenzó a preguntar por la décima, a descifrar el porqué de su presencia de México a la Patagonia, y a hurgar en su historia. Parte de esta indagatoria dio pie a la tesis La voz migrante de la trova puertorriqueña al huapango arribeño, con la que Frino obtendrá el título de doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y donde plantea cómo su diseminación va de la mano de una precariedad que obliga a cruzar fronteras, pues recoge las andanzas de esta estrofa al acompañar a dos comunidades en constante trashumancia.

“La décima nació en 1591 con el libro Diversas rimas, de Vicente Espinel (de ahí que se le llame espinela). Era inevitable que tarde o temprano ésta se ligara con lo oral y los cantores, ya que su inventor, además de poeta era músico y a él debemos parcialmente las guitarras actuales: en su época sólo tenían cuatro cuerdas y él le colocó una quinta, con la nota La, para lograr un registro más grave”.

Así —acota Frino— esta estrofa viajó de España al Nuevo Mundo y echó raíces en América y “como pasa con todo lo realmente latinoamericano, se adaptó al ambiente de cada región. Hoy tenemos los versos de Violeta Parra en Chile; la payada en Argentina y Uruguay; la trova en Puerto Rico; el punto en Cuba, o el son arribeño en México. Cada género es distinto, a todos los hermana el canto”.

Sobre dónde ha calado más la décima, el académico Maximiano Trapero, de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, ha documentado una disputa entre países. “Los cubanos la hacen cubana; los mexicanos la quieren mexicana; los argentinos, argentina; los chilenos, chilena, y los puertorriqueños, boricua; todos la hacen propia”. En vista de la dificultad de dirimir este pleito con argumentos, el profesor señala que la mejor manera de zanjarlo es con un verso de 1992, compuesto por el canario Pedro Lazcano. 

Aunque el poeta inventor/ fuera Vicente Espinel,/ la décima ya no es de él,/ sino del pueblo cantor./ Si la inventó un ruiseñor/ o si la plantó un isleño/ o si fue un margariteño/ quien le dio la picardía,/ como no es tuya ni mía/ nos tiene a todos por dueño.

Como una piedra rodante

El grupo de Frino lleva por nombre La Mula de Sietes en alusión a una pieza de dominó impensable en México, pero que en otros países es común. “En Cuba las fichas de este juego llegan al número nueve y en China, al 11. Al bautizar así a la banda no sabíamos este dato; ahora creemos que, de alguna manera, esto alude a que aunque algo sea difícil de concebir, ello no significa que sea imposible”.

Sobre su muy particular versión de Knockin’ on Heaven’s Door (www.youtube.com/watch?v=G8_5tVS-X1M), se le pregunta si hay alguna relación entre Bob Dylan y la tradición de la décima, a lo que el blusero responde sí. “Ésta es una de esas tantas cosas que, aunque parezcan ajenas y desvinculadas, en realidad sí tienen conexión y, en este caso, la mención es obligada, pues hablamos de un poeta que nos enseña que los versos cobran vida al ser cantados”.

Fue en la mañana del 24 de mayo de 2018 cuando se dio a conocer este cover a fin de festejar a Dylan en su cumpleaños 77, un número capicúa, al igual que una mula de sietes. “Grabamos este tema con el conjunto Gorrión Serrano para dejar en claro que, para nosotros, el Nobel otorgado a Bob es merecido y que no sólo es para él, sino para huapangueros como Guillermo Velázquez, Francisco Berrones, Antonio García o Agapito Briones, para payadores como Marta Suint o José Curbelo, o compositores como Roberto Silva o Violeta Parra”.

Justo a la mitad de esta versión dylanesca, cuando el ritmo de reggae se transforma en son arribeño, Frino declama la siguiente décima: Siguen cantando los trovadores/ y los juglares en nuestro oído./ En cada nuevo verso leído/ suenan guitarras, flautas, tambores./ Y los raperos, ¿son escritores/ o son cantantes que flow destilan?/ En cada estrofa que ellos maquilan/ viven Boccaccio, Petrarca y Dante/ como en aquella piedra rodante/ que en los sesentas lanzó Bob Dylan.

“La humanidad lleva escribiendo siete mil años y hablando unos 100 mil, pero lleva como un millón de años cantando. Por ello no podemos decir que la literatura es sólo de escritores, pues eso es excluir a quienes ejercen el verso desde lo oral. Al otorgar el Nobel de 2016, la Academia Sueca reivindica a los cantores no sólo como los padres de la literatura, sino como el origen de la cultura misma”.

Por ésta y muchas otras razones, este premio en particular es muy relevante para Frino y él, como muchos otros, quisiera saber cuál es el sentir de Dylan respecto al galardón, por lo que pese a lo difícil de obtener una respuesta no se quedó con las ganas de manifestarle su inquietud, y lo hizo como mejor sabe, valiéndose de una décima: 

Así que ahí muere con este asunto,/ no hay que buscarle más pies al gato/ no ganó el Nobel un literato,/ sino un poeta que canta, y punto.

Para cerrar el tema pregunto/ —no estoy saliéndome del carril—, con tantos versos en el atril,/ tras tantos discos y tantas giras…/ Bob, di la neta —ya sin mentiras—/ ganaste el Nobel, ¿how does it feel?