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Riesgo de brotes racistas y xenófobos a medida que se agrave la crisis del Covid-19

Además de la propagación del virus, el Covid-19 podría provocar en México otros brotes igual de graves: de racismo, clasismo y xenofobia. “Se trata de un riesgo es real y ya hay señales de que vamos en ese camino”, señala la doctora Olivia Gall, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), quien hace poco escuchó a su marchante quejarse de los muchos chinos que trabajan en la Central de Abastos para luego responsabilizarlos de “contagiar al mundo con el coronavirus”.

A decir de la académica, basta abrir cualquier periódico para ver que éste es un fenómeno que se está replicando en todo el planeta y, por lo mismo, cada vez es más común leer sobre ataques a personas tan sólo por tener ojos rasgados, como le pasó a Jonathan Mok en Londres, golpeado por dos adolescentes británicos quienes lo tomaron por chino cuando, en realidad, él es de Singapur. El temor ha escalado a tal grado que muchas comunidades han salido a manifestar su gran miedo a “toser siendo asiáticos”.

Por ello, la también coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Racismo y Xenofobia se confiesa inquieta por lo que pueda pasar en nuestro país, en especial en sitios de la Ciudad de México como la Central de Abastos, el Centro Histórico o la colonia Viaducto Piedad, que congregan a la comunidad china, o en ciudades como Saltillo o Pesquería, donde se han establecido muchos coreanos tras el establecimiento de fábricas de Samsung y Kia. “Muchos dirán que señalar hoy esto no es prioridad pues lo importante es lo sanitario, pero estos temas van junto con pegado”.

Quizá lo más preocupante sea que esta propensión al estigma fácil se observa en todo tipo de individuos, desde en altos jerarcas políticos como Donald Trump —quien suele referirse al Covid-19 como “el virus chino” o “extranjero”— hasta en trabajadores que viven al día, como el marchante de la doctora Gall, a quien en su momento ella le objetó que pensar de este modo era un sinsentido “porque los virus no tienen nacionalidad ni pasaporte, son tan sólo eso: virus”.

Algo a no perder de vista, dice la profesora de la UNAM, es que el racismo y xenofobia tienden a escalar si somos cortos de vista y, por lo mismo, pide proteger no sólo a los colectivos asiáticos sino a las personas de piel oscura y centroamericanos radicados o de paso por el país, pues al hacer trabajo de campo —y sin esta crisis de por medio— ha visto cómo los negros africanos son vejados en sitios como Tapachula bajo el argumento de que portan infecciones.

Asimismo, es común leer sobre agresiones de mexicanos hacia hondureños en ciudades como Tijuana, ante lo que Olivia Gall pregunta, “¿qué pasará con estas personas? Muchas contraerán el coronavirus debido al hacinamiento y poca higiene de las estaciones migratorias, y entonces ¿cómo los tratarán si los saben enfermos?”.

Para la docente es claro que los actos de odio no sólo son contagiosos, sino que se agravan, por lo que no le extrañaría que las hostilidades contra los chinos pronto se extiendan a personas de determinada fisonomía o nacionalidad, ni que aparezcan personajes que aprovechen las aguas revueltas para impulsar cruzadas racistas y xenófobas, o agendas propias sin relación alguna con el Covid-19.

Y quien lo dude sólo debe hojear los periódicos para enterarse de que el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, tras responsabilizar a los migrantes de la epidemia aprovechó la crisis sanitaria para otorgarse poderes ilimitados, gobernar por decreto, desconocer las leyes y castigar a periodistas que den a conocer noticias que él considere falsas, mientras que Trump, amparándose en el avance del coronavirus, tuiteó: “ahora más que nunca necesitamos el muro”.

La sinofobia, un prejuicio histórico

 A fin de entender mejor el trasfondo de las agresiones contra los chinos en México, la doctora Gall refiere que la sinofobia en el país no se originó con el coronavirus ni es reciente y, para respaldar su afirmación, se remite a un capítulo del que no se habla en las escuelas ni suele aparecer en los libros de historia (aunque como dice el escritor Julián Herbert, “es algo que quiere ser contado”): el asesinato de 303 chinos entre el 13 y el 15 de mayo de 1911 en Torreón, Coahuila, a manos de las tropas revolucionarias de Madero.

“Al buscar en el diccionario la definición de genocidio (aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos) es fácil ver que este episodio se ajusta bien a la descripción, sin que se haya declarado así oficialmente”.

Y aunque quisiera que no fuera de esta manera —agrega— nuestra historia está salpicada de episodios similares; ello explica que durante los años 30 y 40 surgieran por todo el país grupos como la Liga Obrera Anti-China, el Comité Juvenil Anti-Chino o la Liga Anti-China y Anti-Judía, los cuales, además de acusar a los orientales de traer la tuberculosis a México y cabildear leyes para expulsarlos del país, publicaban comunicados como éste: “Los chinos son la más terrible amenaza de nuestra salubridad, duro con ellos antes de que se crucen más con nuestra raza. Evitemos a nuestras compatriotas la peor de las vergüenzas: el tener hijos de físico chino”.

La pregunta es, apunta la investigadora, ¿cómo un país que se enorgullece de ser mestizo es al mismo tiempo xenófobo? “Quizá la respuesta esté en que, desde los albores del siglo XIX, y de manera más acentuada con la consolidación del Estado postrevolucionario, se nos ha repetido hasta la saciedad que nuestra identidad nacional es esencialmente mestiza, pero no debido a una mezcla cualquiera, sino por la confluencia de dos raíces: la indígena y la española. Las demás vetas posibles ni siquiera se consideran”.

A fin de apuntalar este ideal se llegó a impulsar desde el gobierno una serie de políticas para impedir la incursión al país de ciertas nacionalidades, como establece la circular confidencial 157, emitida por la Secretaría de Gobernación el 27 de abril de 1934, y donde se ordenaba a los encargados de migración evitar la entrada a México de gente de “raza amarilla o mongólica, africana o australiana, indoeuropea, aceitunada o malaya, pues su sangre, cultura, hábitos y costumbres los hacen exóticos para nuestra psicología, y sus prácticas resultan perturbadoras para la idiosincrasia nacional”.

Incluso muchos de los intelectuales más importantes de la época deslizaban tales prejuicios en sus obras, como José Vasconcelos, quien en La raza cósmica (1925) escribía: “Ocurrirá, y ha ocurrido ya, que la competencia económica nos obligue a cerrar nuestras puertas, tal como hace el sajón, a una desmedida irrupción de orientales. Pero al proceder así nosotros no obedecemos más que a razones de orden económico; reconocemos que no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la moral confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la condición humana”.

Por episodios como estos —y otros muchos que escaparon a la enumeración—, la doctora Gall es enfática al afirmar que “aunque nos ofendamos y haya quienes lo pongan en duda, México ha sido muy xenófobo y lo es aún de muchas formas, por ello en vez de ofendernos si nos señalan esto, lo mejor es estar conscientes de este pasado, aprender de él y, desde ahí, promover un cambio”.

La realidad del miedo

A la doctora Gall no le cabe duda de que estos son tiempos de miedo ni de que este sentimiento lleva a muchos a buscar culpables para descargar en ellos su angustia. “En esto se parecen las pandemias y las guerras, pues al temer por nuestra integridad y la de los nuestros tendemos a pensar que hay un ‘nosotros’ amenazado por un ‘ellos’”.

Podemos decir que jamás seremos racistas o xenófobos, ¿pero y si nos hubieran tocado otras circunstancias?, plantea la académica, quien a fin de ejemplificar qué tan cambiante puede ser el humano cita al escritor Amin Maalouf, un hombre muy culto y convencido de la paz quien en su libro Identidades peligrosas confiesa que al verse atrapado en medio de una guerra religiosa en su natal Líbano, y con una esposa embarazada y un hijo pequeño, de no haber huido a Francia habría empuñado un arma y disparado contra musulmanes.

“Eso es la banalidad del mal, como diría Hannah Arendt, y cualquiera podría caer en ella. Si hoy presenciamos cosas que hace un mes no veíamos, como discriminación o saqueos, es porque el pánico es algo terrible. Si tuviera injerencia impulsaría una campaña para crear conciencia sobre no culpar a otros, sean pobres, extranjeros, migrantes o indígenas, de la problemática mundial y nacional”.

Sobre achacarle a los chinos de México la expansión local del coronavirus la doctora Gall es enfática al decir que es un absurdo ya que no sólo gran parte de esta comunidad china no ha regresado a su país en años, sino que muchos nacieron aquí y son mexicanos.

No obstante, el temor flota en el aire y, en opinión de la académica, es preciso atender el asunto, pues como advertía Maalouf en el libro antes citado, “el sentimiento de miedo o de inseguridad no siempre obedece a consideraciones racionales, hay veces en que se exagera o adquiere incluso un carácter paranoico. A partir del momento en que una población tiene miedo lo que hemos de tener en cuenta es, más la realidad del miedo, que la realidad de la amenaza”.