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Un día sin mujeres

Silvia, Soco, Anita y Queta son cuatro amigas y vecinas que se conocieron cuando terminaron la secundaria en el sistema de enseñanza para adultos. Fueron al Centro de Salud que les quedaba a unos pasos. Con hijos estudiando, maridos y obligaciones, las cuatro asistieron a clases por las tardes hace más de 30 años.

Desde entonces se reúnen cada miércoles a partir de las siete de la noche. “Una semana una, otra semana otra”. Con el tiempo el menú ha crecido porque la anfitriona brinda a sus invitadas una pequeña cena que va desde los molletes, las tostadas de tinga, alambre, taquitos dorados, quesadillas fritas, entre otros platillos.

El ritual es el mismo desde entonces, Queta espera a sus invitadas quienes llegan con galletas, refrescos, botana o pan. Platican sobre su semana: los hijos, el mercado, la comida, las enfermedades.

Estas mujeres no sólo hablan de recetas, de precios de las legumbres, de remedios caseros para las enfermedades, de religión o política, también hablan de cómo ven a la situación de las mujeres actualmente, de la igualdad de salarios entre hombres y mujeres, de la marcha del 8 de marzo, de “feminismo” y de “un día sin mujeres”.

Soco trabaja en casa y en un corporativo de comunicación. Tuvo tres hijos, tiene cuatro nietos y es divorciada. Es trabajadora de intendencia. Se levanta a las cinco de la mañana para checar a las siete en su trabajo. Gana poco. Le han prometido promoverla, hacerla “jefa”, pero con el mismo sueldo. En 2019, la empresa de multimedios tuvo problemas y retrasó el pago de sus trabajadores, no así el de sus “grandes plumas”.

A ella y otros empleados les retrasaron su pago varias semanas. La mujer no dejó de ir al corporativo porque con ese dinero ella puede comprarse cosas que necesita y alcanzar las semanas necesarias para su jubilación.

Anita es la mayor de las amigas, con seis hijos y seis nietos. Tiene más de 50 años de casada. Es quien más habla en las reuniones, le gusta escuchar la radio, leer y caminar en el bosque al mediodía. Tiene la voz fuerte, así como sus carcajadas, las cuales se escuchan hasta la calle. De joven trabajó como costurera en fábricas textiles.

“Si nos ponemos a ver los feminicidios han sido los maridos, es en la casa la violencia; ha sido (también) el novio. Por eso cuando hacen la investigación (las autoridades), ven que fue el marido o el novio”. Ahora (los asesinos de mujeres) están más sádicos. Sí hay mucha violencia pero más en la familia”, indica Anita.

Queta es la más chica del grupo. Tuvo cuatro hijos y sólo tiene un nieto. No tiene esposo. Es cocinera profesional. Ha tomado cursos de cocina para ser más competitiva pero “por la edad, ya no me contratan”, se lamenta. Sin embargo, no se da por vencida y ofrece sus platillos a sus vecinas, amigas y conocidas. Desde galletas y pasteles, hasta cenas navideñas y comidas para toda ocasión.

Hace poco descubrió el whatsapp y por ahí vende su comida. “Le va a gustar el sabor, yo sé lo que le digo”, advierte a sus clientes. Hace algunos años probó suerte abriendo una cocina económica cerca de su domicilio pero tuvo que cerrarla porque a las personas se les hacía caro el menú, “utilizo los mejores ingredientes, no podía bajar la calidad de mi comida”. “Yo sí voy a apoyar a las mujeres ese día (09 de marzo) para que no haya tanta violencia en este país”, comenta.

Silvia tuvo cuatro hijos y sólo tiene una nieta. Es viuda. Gusta de ayudar a las personas. Una vez al año lleva comida y ropa a los familiares de los enfermos en el Hospital General porque ahí atendieron a un familiar y se siente en deuda, lleva tortas, jugos y prendas.

Fue su nieta, de 12 años, quien informó en casa que no iría a la escuela el próximo lunes 9 de marzo “porque ese día todas las mujeres nos tenemos que apoyar”. “Pero tú eres una niña”, le respondió su papá. “No importa papá, todas las mujeres nos tenemos que apoyar. No voy a ir a la escuela, ni las maestras van a ir”, resolvió la pequeña.

Al final de la reunión, después de mucho comer, beber, arrebatarse la palabra, de reírse a carcajadas y de “tratar de componer el mundo para dejarlo como está”, siempre recuerda la siguiente anfitriona: “la próxima semana nos vemos en la casa, ¿eh?”. Y otra vez los temas, las carcajadas, los arrebatos y el café se hacen presentes.