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El día que Mario Vargas Llosa conoció a un represor

Mario Vargas Llosa recordó el día que conoció al brazo derecho del dictador Odría, la cabeza del espionaje y la represión. Cuando entró, junto con otros estudiantes al despacho del director de gobierno del Perú, Alejandro Esparza Zañartu (1948-1956) temblaban de miedo. La comisión de estudiantes quería llevar cobijas a sus compañeros presos. Su interlocutor, un ser con un rostro “apergaminado”sacó de su cajón una revista clandestina que imprimían en la Universidad de San Marcos. “Levantó esas hojas y dijo: Yo sé todo. Yo sé dónde imprimen este pasquín. Yo sé quién escribe los artículos y ¿ustedes van a la Universidad para esto?”

“Yo creo que si no hubiera vivido esa experiencia -acotó el Premio Nobel de Literatura 2010-, si no hubiera visto de cerca a este personaje, al que odiábamos tanto, quienes detestábamos la dictadura de Odría, probablemente nunca hubiera terminado de escribir esta novela (Conversaciones en la catedral), probablemente no la hubiera escrito así”.

Años después, cuando el gobierno de Odría había caído, Esparza Zañartu contó a un periodista que “si Vargas Llosa hubiera venido a consultarme yo le hubiera contado cosas mucho más interesantes”.

Durante la edición 33 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Vargas Llosa compartió las vicisitudes para escribir Conversaciones en la catedral. La dictadura militar, tema central de esta novela que cumple 50 años, “tuvo un efecto cataclísmico en mi generación”. El autor de Los Cuadernos de Don Rigoberto llegó a la charla auxiliado de un bastón, larga melena y sonrisa. En primera fila estaban sus hijos Álvaro, el autor de El Diablo en campaña, el testimonio de esa derrota con Fujimori y Morgana, la fotógrafa, quien lo acompañó a Irak y tomó las fotos para su libro Diario de Irak. El salón Juan Rulfo estaba lleno desde una hora antes de la cita, la gente aplaudió a su llegada y al final de cada una de sus intervenciones.

Durante la plática repitió que Conversaciones en la catedral era una visión pesimista del Perú, este es el comienzo de la novela: “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”

La novela tiene un clima pesimista. “En un país como el Perú, el que no se jode, jode a los demás”. El protagonoista de la novela “ha aceptado una vida marginal, pobre, sin mayores esperanzas, porque en su país tener éxito es aplastar a los demás. El clima que vivimos era de desencanto, pesimismo, la sensación de estar viviendo en un túnel, buscando la salida sin encontrarla por ninguna parte”.

Cuando entró a la Universidad de San Marcos en el año de 1953, “la Universidad tenía estudiantes presos, profesores también en la cárcel o en el exilio. El clima de la universidad era de inseguridad, de sospechas porque la dictadura tenía inscritos como alumnos a policías que informaban sobre lo que ocurría”.

Precisó que la vida política había desaparecido del Perú, “una ley de seguridad interior había hecho desaparecer la Constitución y esa ley prohibía la vida política. Todos los partidos políticos estaban fuera de la ley, salvo el partido del dictador. Prácticamente la vida política peruana transcurría en la clandestinidad. La corrupción no sólo afectaba el poder, llegaba a todos los rincones de la sociedad”.

“Siempre he dicho -indicó- que si tuviera que salvar uno de mis libros sería Conversaciones en la Catedral porque de todas las novelas que he escrito la que más trabajo me costó es esta novela”.

Los escritores utilizan mucho sus experiencias personales, consciente o inconscientemente. “En las novelas que yo he escrito siempre hay experiencias personales que luego han sido muy transformadas. Esa raíz, la experiencia vivida, es la materia prima, de buena parte de las cosas que he escrito”.

La distancia da una perspectiva mayor. “Los escritores latinoamericanos viajaban mucho y muchos escribían desde el extranjero y esa distancia física, que ponía el hecho de escribir lejos de su país, acentuaba mucho en ellos, en nosotros”.

Conversaciones en la catedral la escribió sobre todo en París “cuando yo me ganaba la vida como periodista, trabajando primero en la agencia France Press y luego en la radio televisión francesa. Eran trabajos que me dejaban muchas horas del día para escribir”.

Agregó que los poetas pueden escribir de cuando en cuando un verso, poco a poco se va constituyendo el poema, pero la novela exige una seguridad, una continuidad.

Respecto al periodismo dijo que es mucho más libre que en el pasado, ha habido una gran revolución tecnológica que permite prácticamente eludir la censura. “Por otra parte, ese periodismo al que tiene acceso toda la sociedad es el periodismo que confunde los hechos verdaderos con los hechos ficticios, los hechos que no ocurren en la realidad, que son invenciones, que son fabulaciones, las famosas fake news”.