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Noventa años de eternidad

“Yo tuve la gran suerte de conocer a Jorge”, fue la afirmación contundente que Trevor Rowe, hijo de la pintora y escultora Joy Laville, expresó durante el conversatorio Sálvese quien pueda, una de las actividades de la 60 Feria del Libro de la Universidad de Guanajuato, la cual rinde homenaje a Jorge Ibargüengoitia por el 90 aniversario de su natalicio.

“Fue un lujo poder conversar con él, influyó muchísimo mi manera de ver el mundo, la política y la vida. Aunque conocido como fuerte crítico y satírico de la sociedad su personalidad no era negativa, sino llena de entusiasmos y apreciaciones, y su empatía le permitió transformar a los sinvergüenzas que poblaban un mundo político corrupto, en personajes convincentes y memorables. La política le proporcionaba una mina de oro para sus escrituras y la risa fue su oxígeno para sobrevivir”.

Resaltó que Ibargüengoitia tuvo poca tolerancia para ortodoxias, hipocresías y estupideces. Además, expresó que el escritor guanajuatense utilizó su conocimiento de las debilidades del ser humano para sus creaciones sobre la comedia y la tragedia humana.

“Su visión satírica y humanista sigue resonando y me alegro que a más de 50 años desde que comenzó a publicar sus escritos, aquí estamos todos para celebrarlo”, destacó Rowe.

Para el escritor Juan Villoro (Premio Jorge Ibargüengoitia de Literatura) el narrador guanajuatense ha sido uno de los creadores a quien siempre le ha seguido la pista. Rememoró su primer y único encuentro con él en las oficinas de la editorial Joaquín Mortiz.

“Estaba haciendo antesala en su oficina (de Joaquín Díez-Canedo), una oficina que tenía unas puertas batientes, como de cantina del oeste, y mientras yo esperaba llegó el famosísimo Jorge Ibargüengoitia con una actitud un poco hosca, sin saludar a nadie, se metió a la oficina de don Joaquín y luego salió, no nos dirigió la palabra y se fue”.

Esta situación le dejó a Villoro una enseñanza moral. “Me di cuenta de que lo que estaba sucediendo en ese momento es que de manera perfectamente lógica, natural y merecida, Jorge Ibargüengoitia iba adelante de mí, y que el resto de mi vida yo lo que iba a tener que hacer era seguirlo”.

Subrayó que la verdadera enseñanza de Ibargüengoitia en la literatura mexicana consiste en no sólo el empleo del humor al servicio de la risa o del chiste, sino de la revelación “de hacernos ver la vida en una forma absolutamente distinta”.

De esta manera, el autor de El testigo apuntó que celebrar el legado ibargüengoitiano tiene que ver con esa posibilidad de que ciertas circunstancias desagradables de nuestra vida, vistas a través del sentido humor, se vuelvan llevaderas.

“Es una manera de soportar el peso de un mundo que, si lo miramos con detenimiento, descubrimos que está bastante malhecho, la realidad nos queda a deber, pero si la entendemos en la clave de Ibargüengoitia podemos sacarle mucho provecho”.

Por su parte, Jorge F. Hernández aseguró que todos los escritores mexicanos deben intentar estar a la altura de las enseñanzas de Jorge Ibargüengoitia o de Juan Villoro.

“Poder cuajar en una crónica el retrato entrañable, complicado, enrevesado, de la gratitud y de las cuentas pendientes que tenemos con nuestros padres. El afecto, el delirio, la maravilla del seno materno y todo lo que nos han enseñado las mamás. Jorge Ibargüengoitia creo que era un dramaturgo que tenía mucha crónica en cada escena, y a la vez, era un novelista que tenía mucho teatro en cada capítulo. Era un cuentista que congeniaba con lo que decía mi abuela Carmen que es: ‘¿qué cuentas?’, en el sentido de chisme o chiste, todo lo demás vale madre”.

Finalmente, destacó la propiedad de Ibargüengoitia de ser un periscopio que oteaba lo que le sucedía a México, “al que tanto amaba, por eso lo criticó tanto”.