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El primer hombre

Las palabras de Albert Camus son tan poderosas que lograron sobrevivir a la miseria, la orfandad, la guerra y la muerte.

El Primer hombre fue rescatado de los fierros retorcidos y la sangre derramada en el accidente fatal de Camus. La Argelia de la niñez del escritor fue un lugar mísero pero con esperanzas. Un educador, su maestro, salvó y forjó al futuro Nobel.

Camus escribe en El Primer hombre el retrato de su madre: “Ella nunca le ha acariciado, pues ni sabría. Entonces se queda mirándola durante largo rato. Al sentirse extraño, toma conciencia de su dolor”. Los maltratos de la abuela, la repugnancia de la pobreza, la enfermedad, se respiran en estos recuerdos de la infancia que taladran al escritor.

Le gustaba el futbol, hay una foto en la que aparece junto a su equipo (la editorial Tusquets rescata la foto en una de sus ediciones de El Primer hombre). Juega de portero para no gastar las suelas de sus zapatos, tampoco le ayudan mucho sus pulmones.

En los Carnets de Camus siempre hay un alegato sobre la Miseria: “Yo no he aprendido el marxismo en los libros; lo he aprendido en el dolor y en la miseria”. No rehuía ninguna polémica y se ganó la enemistad de la izquierda al ser uno de los primeros en criticar los crímenes estalinistas. Mientras los reconocidos intelectuales como Sartre guardaron silencio ante las atrocidades soviéticas, Camus las denunció.

De nuevo el testimonio que dejó en sus carnets, testimonio del Hombre que fue: “El día en que se establezca el equilibrio entre lo que soy y lo que digo, ese día quizá, y apenas si me atrevo a escribirlo, podré edificar la obra con la que sueño”.

Su primer libro tuvo un tiraje de 350 ejemplares, dos años se necesitaron para que se agotara.