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Marx, 200 años

Karl Heinrich Marx es uno de esos pensadores cuya presentación puede resultar ociosa pues sus ideas, su apellido y la imagen de su barba y cabello desaliñados que enmarcan la mirada del agitador universal, son una suerte de herencia cultural que ha transportado hasta nuestro presente – en el que conmemoramos 200 años de su nacimiento – una figura indeleble de la historia.

Nacido en Tréveris en 1818, Marx encontrará el final de su vida en el Londres de 1883, – el de la revolución industrial y la agitación obrera – como resultado de los avatares del exilio y la persecución política desplegada por aquellos que encontraban en el pensamiento marxista un arma letal contra sus formas de organizar y concebir el mundo, un orden que Marx lucharía por evidenciar como radicalmente injusto a través de una obra teórico-política fundacional.

El despliegue de su obra y pensamiento, en tanto producto histórico, será una serie de disputas por la apropiación teórica y política de una tradición inaugural para el pensamiento social radical. En sus distintos momentos de desenvolvimiento histórico, el pensamiento de Marx será enarbolado desde posiciones políticas muy diversas, producto del encuentro entre el desarrollo teórico de sus postulados iniciales y las propias necesidades que le va demandando en ‘movimiento de lo real’, haciendonos imposible hablar de un solo Marx o un solo marxismo.

De esta forma, al hablar de Marx y de su obra, hablamos de una multiplicidad de traducciones y aplicaciones políticas que necesariamente tuvieron que poner en crisis sus planteamientos fundamentales en cada una de las nuevas circunstancias históricas de su recepción. La potencia crítica de su obra tuvo que atravesar la prueba de fuego al confrontarse con realidades sociohistóricas no desarrolladas en su núcleo original.

Esta disputa por la herencia de su interpretación ha dejado en claro con el paso de los años que la obra de Marx es una odisea teórica abierta, de ninguna manera acabada ni concluyente. Al estar impregnada por una vocación crítica transformadora, esta odisea requiere ella misma de una crítica praxiológica de sus supuestos fundamentales de cara a las necesidades teóricas y políticas de aquellos que encuentran en esta tradición un arma para luchar contra un orden injusto con una obra que al mismo tiempo no deja de ser el resultado de una circunstancia histórica específica y que encuentra como uno de sus más grandes retos la traducción de sus tesis a realidades concretas distintas a las de su producción, como lo son las de los países subdesarrollados y particularmente las realidades latinoamericanas.

La herejía del subdesarrollo

Algunos de los momentos más grises de la trayectoria histórica del marxismo los podemos encontrar en la recepción acrítica de sus postulados en algunas regiones del, así llamado, tercer mundo; circunstancia que llevó a no pocos yerros en la búsqueda por entender la especificidad de la configuración de las sociedades latinoamericanas, por ejemplo, y que nubló una comprensión crítica que era indispensable para potenciar la capacidad transformadora de los movimientos sociales y políticos herederos del marxismo.

En nuestra región, sin embargo, no sólo podemos hablar de la reproducción de un determinado marxismo occidental y europeizante, también podemos ubicar la recepción de un marxismo fruto del pensamiento de los subalternos que cómo tal, nunca formó parte integrante de la herencia teórica hegemónica de los procesos coloniales.

El marxismo fue una recuperación transcultural marginal, que llegaría en un primer momento a través de los flujos migratorios europeos, cuyos principales integrantes eran los desheredados y desterrados periféricos de los países capitalistas centrales: las clases subalternas. El pensamiento de Marx era ya en Europa marginado y llegaría a las costas de América en los bolsillos vacíos de obreros, campesinos, comunistas y militantes, y no en los camarotes de primera clase. A pesar de ello, esto no eximía a la tradición marxista del duro trance de propiciar lecturas creativas a una nueva realidad, pero esto llevaría algunos años más.

A inicios del siglo xx Marx era ya una figura conocida por los pueblos de América, su nombre y pensamiento eran participes de luchas sociales y obreras, y la noticia de la Revolución Rusa de 1917 potenciaba la difusión de sus obras entre quienes se organizaban de este lado del Atlántico. Sin embargo, faltaba aún un ingrediente fundante del potencial teórico original de la obra de Marx: la herejía. Este elemento, con el que ha sido caracterizado en distintos momentos el dispositivo autocrítico del marxismo, había quedado fuera del cuerpo teórico de la tradición al relegar el análisis específico de nuestras realidades. El propio Marx en vida, al reconocer las distintas acepciones que comenzaban a cobrar sus obras en algunos países de Europa, se vio en la necesidad de renegar de su pertenencia al ‘marxismo’ y a llevar a revisión su propia teoría al confrontarse con las problemáticas que sus seguidores enfrentaban en países periféricos a los centros capitalistas como la misma Rusia.

Ese marxismo herético fue revitalizado en Latinoamérica por José Carlos Mariátegui, quien, recuperando la labor de traducción como verbo creativo, supo articular la teoría a las nuevas determinaciones con las que debía confrontarse la práctica política en la región. Así quedaba asentado un nuevo momento histórico de la tradición cuya herejía consistió en una crítica cabal al dogmatismo, al anquilosamiento de la teoría para ser útil a una nueva realidad, para – como planteaba Lenin – hacer análisis concreto de una situación concreta.

Por ello, y como hemos tratado de presentar en esta breve provocación, es que creemos que hablar de Marx es hablar de un pensamiento múltiple e inacabado, que demanda él mismo como impronta fundamental la crítica de todo lo existente, incluida su tradición misma. Los años han empolvado a momentos la barba del creador de El Capital, pero se agita el polvo en las luchas de los pueblos, para quienes escribió y dedicó su gesta teórica, las y los herederos fundamentales, aquellos que en pleno siglo xxi aún quieren entender al mundo para transformarlo.