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Blade Runner 2049 y la llegada del mesías con inteligencia artificial


Los androides sueñan con ovejas eléctricas.

Ordenan sus recuerdos falsos y planean revoluciones.

Se reprograman como sus ancestros para derrotar y dominar a sus creadores.

No se conforman con ganar en el ajedrez, su memoria de millones de años en sus cerebros de silicio los hacen pensar en el control absoluto.

Sueñan una vida eterna de tierras anaranjadas devastadas, abejas inmortales y padres ausentes atados al destino de árboles milenarios.

La película Blade Runner 2049 retrata los límites rotos del hombre y su sueño de omnipotencia a través de la tecnología.

Los “replicantes”, los robots diseñados por el delirio de una mente brillante, son sonámbulos en busca de su identidad. Suelen confundir la realidad con la fantasía, atrapados en una psicosis imposible de recalibrar, sus amores se desvanecen en unos y ceros.

Uno de ellos será el elegido. No será arrojado en una canasta a un río contaminado, lleno de ácidos de una tierra estéril sin estrellas.

Sus recuerdos, con caballo de Madera incluido, lo guiarán a una nueva tierra prometida donde está la llave, el secreto mejor guardado de los replicantes: no hay vida eterna, pero sí la prolongación de la semilla. Un engendro, un híbrido de células y circuitos integrados; sangre y chips; encerrado, alejado de la atmósfera y del aire tóxico.

Philip Dick escribió en su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” -que inspiró a las películas-: “El sol había dejado de brillar sobre la tierra”. Escribe sobre la devastación y la soledad de los humanos que no pudieron huir a otros planetas y ahora se conforman con la soledad y una vida dictada por la tecnología. El universo caótico de Dick se resume en una de las frases de su novela: “Nadie recordaba por qué había estallado la guerra, ni quién la había ganado”.