Explora unam global tv
Explora unam global tv
explorar
Explora por categoría
regresar

Las meteoritas del Palacio de Minería, clave para entender el nacimiento de la meteorítica en México

Las meteoritas que flanquean la entrada del Palacio de Minería no son sólo un ícono del lugar, sino una clave para entender cómo surgió la meteorítica en el país, expuso Lucero Morelos Rodríguez, del Posgrado en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Traídas desde el desierto de Chihuahua a la Ciudad de México hace 125 años, su traslado a lo largo de mil 732 kilómetros representó una proeza técnica y de logística que permitió conformar una de las colecciones más importantes del orbe.

Y no es gratuito que los científicos decimonónicos se hayan embarcado en una empresa de tal magnitud, pues para esa fecha ya sabían que nuestro país era rico en aerolitos y que poseía algunos inusualmente grandes, detalló la experta, quien en la actualidad hace una estancia posdoctoral en el Instituto de Geología.

Esta abundancia, explicó Morelos Rodríguez, provocó algo que pocos imaginaban: tener en América a expertos de un nivel semejante al de sus colegas europeos y con la capacidad de impulsar una paleontología sideral, como se decía en las aulas de la época.

“La década de 1880 fue crucial para el despegue de la meteorítica en México, pues fue cuando Antonio del Castillo —director de la Escuela Nacional de Ingenieros (ENI), con sede en el Palacio de Minería— encomendó a su discípulo Baltasar Muñoz Lumbier viajar al norte del país a estudiar las meteoritas del lugar. Esta campaña dio pie a un librillo de 19 páginas llamado Aerolitos de Chihuahua: ligeros apuntes para servir al estudio de los fierros meteóricos de la República y, sobre todo, a que académicos y autoridades porfirianas comenzaran a fraguar estrategias para traer esas grandes rocas a la capital”.

Rocas espaciales y especiales

“Las meteoritas —en femenino, aunque haya quienes se empeñen en usar la forma masculinizada— son aquellos cuerpos celestes de naturaleza pétrea, metálica o mixta que logran cruzar la atmósfera y son recuperados. Se les ha llamado, bolas de fuego, uranolitos, piedras del cielo o aerolitos, y han causado tal admiración que han llegado a ser adoradas en centros de culto religioso”.

Por ello siempre ha habido extranjeros dispuestos a llevárselas y a fin de evitar saqueos o sustracciones solapadas, el 29 de mayo de 1889, el Diario Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos publicó una circular en la que se establecía, por órdenes de Porfirio Díaz, la prohibición de destruir, explotar o enajenar meteoritos pues pertenecían a la nación y debían ser preservados en aras de su interés científico.

“Eso abonó para que en 1892, bajo argumentos geológicos, las meteoritas de Chihuahua fueran montadas en trenes y trasladadas a la capital, lo que no fue fácil debido a que su inmenso tonelaje abolló en repetidas ocasiones las ruedas de las locomotoras e hizo que el trayecto se prolongara más de un mes”, añadió Morelos Rodríguez.

Al respecto, lamentó que no hubiera fotografías o grabados de lo acontecido cuando las meteoritas arribaron a la Estación Buenavista ni de cómo fueron trasladadas al Palacio de Minería. “Lo que sí sabemos es que su desplazamiento rumbo a la ENI estuvo a cargo de 20 soldados, quienes emplearon rieles, carretillas y vigas, y desarrollaron esta tarea ante la mirada de miles de curiosos”.

Diarios de la época consignan que el primer aerolito en llegar fue el Chupaderos II, el martes 3 de enero de 1893, en punto de las seis de la tarde, y en los meses subsecuentes esto se repetiría cuatro veces más con el Chupaderos I, La Concepción, el Zacatecas y el Morito.

Un museo al alcance de todos

Las meteoritas referidas figuran entre las más grandes y pesadas del planeta, por lo que a decir de Morelos Rodríguez los pedestales de fierro donde fueron colocados merecen mención aparte, pues son obra de Daniel Palacios, profesor de mecánica de la ENI, quien en 1895 calculó no sólo la resistencia, sino el punto de equilibrio exacto para que estas rocas permanecieran en su sitio y de forma segura.

“Los basamentos creados por este hombre son los mismos que aún vemos en el vestíbulo del Palacio de Minería, lo que demuestra la calidad de su manufactura y diseño, pues además de que se mantienen sin menoscabos nos permiten apreciar la magnificencia de estos objetos espaciales desde todos los ángulos”, dijo.

Para Lucero Morelos, aunque este quinteto de meteoritas llegó al Palacio de Minería hace 124 años, los mexicanos del siglo XXI aún las vemos con el mismo asombro que exhibían los capitalinos decimonónicos (aunque cabe señalar que uno de los aerolitos originales, La Concepción, ya no está ahí, pues fue trasladado en 1976 al Instituto de Astronomía).

“La fascinación que despiertan estos objetos es tal que se calcula que a diario la visitan 500 personas (más de 182 mil al año) y muchas de ellas lo hacen simplemente porque van caminado por la calle de Tacuba, pasan enfrente y no resisten la tentación de acercarse”.

A fin de mantener estas piezas en estado óptimo, en 2012 la UNAM creó el Comité Pro Meteorita con la idea de mantener y preservar estos bienes patrimoniales. En esta tarea colaboran alumnos de las carreras de Ingeniería Geológica y Ciencias de la Tierra, quienes se encargan de la limpieza y de vigilar que estas piezas se mantengan en estado óptimo.

“Estamos ante una de las colecciones más colosales de estos objetos y de un museo abierto los 365 días que, a más de un siglo de su creación, no pierde vigencia”, concluyó.