Al regresar a nuestras vidas tras el parón impuesto por la crisis del coronavirus deberemos modificar muchas de nuestras costumbres y una de los más arraigadas y que deberán cambiar tiene que ver con los niños, pues aunque se relajen las medidas sanitarias ellos deberán mantenerse alejados tanto de personas con padecimientos crónico-degenerativos como de los ancianos. “Eso es algo a no perder de vista”, indica la doctora Guadalupe Miranda Novales, profesora de Infectología en la Facultad de Medicina de la UNAM.
Pese a que los menores contagiados por la COVID-19 experimentan una versión muy atenuada de la enfermedad e incluso gran parte de ellos ni siquiera desarrollará síntomas, sí pueden transmitirla y ello es muy peligroso para ciertos grupos demográficos. “En algún punto volveremos a nuestra cotidianidad y perderemos el control brindado por las cuarentenas, por lo que diabéticos, hipertensos, asmáticos o gente con un sistema inmune comprometido, afecciones respiratorias crónicas o de la tercera edad no podrán estar a cargo de un niño. Desafortunadamente, esto incluye a los abuelitos”.
Esto podría representar un cambio radical en las dinámicas familiares actuales, ya que según la Encuesta Nacional de Empleo y Seguridad Social de 2017, en México los niños de cero a seis años no cuidados por su padres —sea por trabajo u otras razones— suelen ser encargados (en el 65.5 por ciento de las ocasiones) a sus abuelas. Debido a que esta opción es la más socorrida, hace un año el gobierno de López Obrador proponía eliminar el presupuesto asignado a las estancias infantiles y dar el dinero directamente a los abuelos, siempre y cuando ellos fueran los cuidadores de sus nietos.
No obstante, esto deberá cambiar al menos en el corto y mediano plazo —apunta la doctora Miranda— pues el mayor problema planteado por la COVID-19 es que, por ser una enfermedad tan nueva, aún ignoramos cómo curarla, cuándo tendremos una vacuna o hasta si alguien ya recuperado puede contraerla de nuevo.
“Lo que sí sabemos es que entre a quienes la infección golpea con más fuerza están los ancianos y esto nos coloca en una situación triste: la de que los abuelitos no puedan visitar a sus nietos y viceversa. Deberemos mantener esta medida por un largo tiempo a fin de evitar que las personas mayores se lleguen a contagiar”.
Y no son pocos los especialistas que han llamado la atención sobre este hecho. El 10 de abril los CDC (Centers for Disease Control and Prevention) de EU advertían que, como los pacientes pediátricos presentan síntomas muy atenuados o incluso ninguno, los niños podrían tener un papel importante en la diseminación del virus y, además, propagarlo silenciosamente; justo una semana después The New England Journal of Medicine publicaba el editorial Transmisión asintomática, el talón de Aquiles de las estrategias actuales para controlar la COVID-19, donde abundaba al respecto.
Sobre este punto la doctora Miranda señala: “Los primeros estudios señalan que hasta un 25 por ciento de los niños serían asintomáticos, lo cual en sí dificulta la detección, y a esto se suma el que, en caso de presentarse la enfermedad en los menores, ésta puede pasar inadvertida. Quizá los padres vean a su hijo toser un poco o con flujo nasal por tres días y de pronto no, y por lo mismo piensen que todo fue un resfriado ligero, cuando en realidad podría tratarse de SARS-CoV-2 y el pequeño estaría diseminando el virus hasta por 20 días”.
A decir de la doctora Miranda, no falta mucho para que los niños regresen a las escuelas y a jugar en los parques, y esto es deseable, aunque también nos obliga a dar los pasos necesarios para ponernos de nuevo en marcha, pero sin dejar de cuidar la salud de todos aquellos con padecimientos crónicos y ni la de nuestros ancianos.
Una incógnita por resolver
Un aspecto que desde un inicio desconcertó a los médicos fue lo poco agresivo que resultaba el SARS-CoV-2 con los niños ya que, por tratarse de un virus respiratorio, los especialistas esperaban un comportamiento similar al de la influenza, que suele generar cuadros graves, sobre todo en los menores de dos años.
“Sin embargo, al revisar el número de menores hospitalizados (en Ciudad de México no sobrepasan los cuatro) éste resultó tan bajo que los investigadores comenzaron a formular diversas hipótesis sobre el porqué”, explica la profesora Guadalupe Miranda.
Una teoría es que el SARS-CoV-2 requiere la enzima convertidora de angiotensina (receptor localizado principalmente en los pulmones) para adherirse a las células y entrar, pero como ésta se encuentra poco expresada en los menores, al patógeno se le dificulta causar daño. Otra es que el organismo de los infantes, al estar expuesto de forma continua a infecciones respiratorias no graves, ha aprendido a responder de mejor manera al coronavirus que los adultos.
La tercera propuesta —y la que más interesa a la académica— sugiere que el tipo específico de anticuerpos que se están formando en el cuerpo humano a esa edad puede contrarrestar al patógeno en etapas tempranas. “Si esto se corrobora y somos capaces de determinar cuáles de ellos logran detener la progresión del virus estaríamos cerca de obtener la tan ansiada vacuna”.
No obstante, la doctora Miranda pide no confiarse de este fenómeno y, ante cualquier sospecha de COVID-19, llevar al menor al Instituto Nacional de Pediatría, al Hospital Infantil de México o a la Unidad Médica de Alta Especialidad de Pediatría del IMSS, en Centro Médico. “Debemos estar atentos a la presencia de fiebre, irritabilidad en vez de cefalea, tos, rinorrea, escozor en la garganta, dolor general o rechazo al alimento, en especial si se dan algunos o todos juntos”.
Un aspecto que suele pasarse por alto y que no se debe descuidar —finaliza la académica— es el de hablar con los pequeños sobre sus dudas y miedos. “Se han hecho videos muy didácticos y claros, pero que no responden a interrogantes como ¿y qué sigue?, o ¿por qué no puedo ver a mis abuelos?, pues uno de los vicios que tenemos como adultos es el de querer explicarle a los niños todo sin detenernos un momento para escuchar cuáles son sus inquietudes”.